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¿Hemos encontrado la “neurona de Dios”?

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Miguel Pastorino - publicado el 02/04/19

Aunque todas las experiencias religiosas se puedan explicar psicológica y neurológicamente, eso no apaga la pregunta por la verdad de que haya un Dios más allá de nosotros y de nuestra subjetividad

Las distintas ciencias de la religión no estudian la existencia o inexistencia de Dios, sino el hecho religioso y la experiencia religiosa, al ser humano y su dimensión religiosa, ya sea antropológica, histórica, sociológica o psicológicamente, para dar cuenta interdisciplinariamente de la riqueza de la religión en todas sus manifestaciones. Pero no nos dicen nada sobre la realidad de Dios.

Ahora el tema religioso aparece también como objeto de estudio de las neurociencias. En los últimos años se han publicado artículos de divulgación científica con titulares como “¿Dios en el cerebro?” o “¡Encontramos la neurona de Dios!”, como si se hubiera encontrado a Dios con las neurociencias. Incluso hay quienes hablan de una “neuroteología”, que en realidad es una neuropsicología de la religión, porque estudia las correlaciones cerebrales con las experiencias religiosas.

Y es cierto que muchas investigaciones han demostrado los efectos saludables de la religiosidad y la vida espiritual de las personas, distinguiéndolos de las formas patológicas de vivir la religión. Pero hay quienes en esa correlación pretendieron encontrar en el cerebro humano las “áreas religiosas”. Aunque, en contraste con estas visiones, otros autores explican que las áreas que se activan en la ejecución de actos religiosos también están involucradas en otras actividades intelectuales o artísticas.




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Lo cierto es que es demasiado aventurado afirmar que por la pura observación de actividad cerebral se pueda demostrar la dimensión espiritual del ser humano, mucho menos la existencia o no existencia de Dios. En todo caso pueden mostrar la existencia de bases sensitivas de las tendencias religiosas y saber qué sucede en el cerebro cuando se viven ciertas experiencias particulares vinculadas a la vida espiritual.

Algunos teólogos cristianos han llegado a conclusiones apresuradas a partir del entusiasmo con las neurociencias, como si pudiéramos explicar a partir de la evolución biológica y concretamente en el cerebro humano, la capacidad para encontrar a Dios y relacionarnos con él. Y de hecho comienzan a aparecer publicaciones que confunden las evidencias a las que llegan las neurociencias con conclusiones teóricas que no se desprenden de las investigaciones, como si fueran evidencias irrefutables.

No encontraremos a Dios en el cerebro.

La existencia de Dios podrá discutirse en filosofía o en teología, pero no podemos llegar a afirmar o negar su existencia a partir de las ciencias experimentales, o de lo que le sucede al ser humano, ni a partir de sus creencias o experiencias religiosas. Muchos de los titulares en revistas de divulgación científica, al respecto del estudio de la vida espiritual en el marco de las neurociencias, confunden el estudio del ser humano con el estudio de la existencia de Dios.

Una cosa es el estudio de la religión como fenómeno humano, si hay necesidad de creer de tal o cual manera, si experimentamos la fe de tal o cual manera, pero otra cuestión muy distinta es la verdad sobre la existencia de Dios.

Muchos de los ateísmos que reducen la religión a un sentimiento o experiencia subjetiva, olvidan preguntas metafísicas fundamentales: ¿Y si es verdad que existe Dios? ¿Y si más allá de todas nuestras empresas, proyectos y experiencias hay un Dios? ¿Todo se reduce a materia o hay una realidad trascendente? El encierro de reducir todo a pura biología, a psicología, a la pura subjetividad personal, olvida la pregunta por la verdad de lo que existe más allá de nosotros, independientemente de lo que podamos encontrar en la biología, en la física o la química.

Es preciso resaltar que, aunque todas las experiencias religiosas se puedan explicar psicológica y neurológicamente, eso no apaga la pregunta por la verdad de que haya un Dios más allá de nosotros y de nuestra subjetividad.

La confusión en la que muchos incurren hace que Dios termine homologado a una “energía”, un “gen” o un “área del cerebro”. Si Dios realmente estuviera en algún lugar de nuestro cerebro, no sería Dios, sino un dios inventado, una mera ficción de la imaginación humana.

Confundir la experiencia humana que se vive en los distintos actos religiosos con Dios, es como pensar que el amor que siento por una persona es la persona misma.

El origen de la idea de Dios no se encuentra en el cerebro, razón por lo cual no tiene demasiado sentido la expresión “neurona de Dios”. Y aunque encontráramos un tipo particular de neuronas que se activaran solamente en actividades religiosas, es un razonamiento equivocado confundir las áreas cerebrales activadas durante una experiencia religiosa con un supuesto lugar de Dios en el cerebro.

Bibliografía.

Franck, J.F. (2018). ¿Somos o no somos nuestro cerebro? Rosario: Logos.

Sanguineti, J.J. “El desafío antropológico de las neurociencias: Neurociencias, filosofía y teología”. Conferencia en la Universidad Católica San Pablo, Arequipa, 3 de septiembre 2012.

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