“Hacerse como un niño” es una fórmula válida también para el bienestar emocionalAl principio, no era así. No hacías absolutamente nada para recibir amor, no tenías capacidad para pedirlo o expresarlo, y aun así lo recibías. ¿En qué momento crees que esto cambió? ¿Por qué aprendiste a definirte por tus actos y no por lo que eres?
Vivimos en una cultura impregnada por este paradigma: “soy lo que hago”. Esto se traduce en: soy mi profesión, soy mis actos, soy lo que pienso, soy mi imagen, soy lo que siento, etc.
Un “soy” que nos esclaviza, porque se ha adaptado a lo que los demás esperaban de mí. No son actos libres, sino que son realizados a cambio de un amor que espero recibir.
Sin embargo, la prisión del “soy lo que hago” está muy naturalizada hoy en día. Por un lado, transmite una imagen de mí que hace que los demás me quieran: imagen fortaleza, perfección, control. Por otro lado, también puede ocurrir que nos hayamos forjado una imagen que genere barreras de protección con los demás: una fachada de rebeldía, una imagen intimidante, etc. Ambas actitudes son una lucha por conseguir ese amor gratuito (del que gozábamos en nuestra infancia) a través de la autoexigencia, el perfeccionismo, etc.
Es difícil romper con este esquema (ser=hacer), pues constantemente a lo largo de nuestra vida somos puntuados con notas, halagos o desprecios, aumentos de sueldo, aplausos, y todo tipo de reacciones externas que confirman o desmienten el amor de los demás a nuestra persona, según cómo actuamos.
Se trata de un “ser” que nos etiqueta: “soy el mejor en mi trabajo”. Como consecuencia, entendemos que no podemos bajar el listón: “Si dejo de ser el mejor en mi trabajo, dejarán de quererme como lo hacen”. El amor, por tanto, no es gratuito, sino que hay que ganarlo, y finalmente se termina cayendo en la dependencia del afecto de los demás.
Algunas consecuencias de este esquema (ser=hacer) son estas:
- Se actúa para recibir reconocimiento y aprobación de los demás.
- No permite el cambio de las personas: también etiquetamos negativamente a las personas por lo que hacen y nos cuesta creer en su evolución cuando deciden cambiar.
- Es insaciable: el amor que llena es el amor incondicional. Nunca nos colmará un amor lleno de condiciones.
- Crea ansiedad, tristeza, impotencia y frustración.
Cómo romper con esta inercia:
- Pregúntate para qué haces lo que haces y qué esperas recibir a cambio.
- Acéptate y ámate también los días en los que no estás a la altura de las etiquetas que te han puesto: buen hijo, buena madre, buen empleado… Los días que no estás al 100% también eres digno de ser amado.
- Pide a tus familiares y amigos que te expresen su amor confirmando que no necesitas hacer nada para que te quieran.