Quemar, destruir o degradar lugares sagrados muestra un rechazo al diálogo, la mejor manera de responder a esta violencia es habitar más la Casa de Dios
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Los actos de profanación en las iglesias son un símbolo de lo que el mundo vive de su relación con Dios: un rechazo al diálogo en la verdad. La mejor respuesta que los cristianos pueden ofrecer contra esta violencia es habitar más la Casa del Señor, donde el Dios del encuentro habla a este mundo desesperado.
En los últimos días, la actualidad ha estado marcada regularmente por la degradación perjudicial de la que son víctimas muchas iglesias.
Más allá de la indignación, los cristianos están llamados a actuar, porque, como a Cristo, «el celo por tu casa me devora» (Juan 2,17, Salmo 69,10).
¿Qué es «profanar»?
Los actos en cuestión, cualquiera que sea su materialidad (incendios, degradaciones, mensajes injuriosos escritos, basura arrojada, etc.) son actos llamados «profanaciones».
Profanar proviene del latín profanus (profano) y significa «ante el Templo», en el sentido de lo que está delante, es decir, fuera del templo, el lugar sagrado.
Profanar un lugar es el acto muy violento de rechazar su carácter sagrado, desacralizarlo o, más literalmente, execrarlo (aborrecerlo, con la misma lógica etimológica que «profanar»).
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