Mucho más que trofeos de guerraDos historias de estos días se entrecruzan, y tienen como origen el mismo escenario: el mítico Monte Longdon, en las Islas Malvinas. 450 británicos se enfrentaron allí contra 278 argentinos entre la noche del 11 de junio y la mañana del 12 de junio de 1982. 52 fallecidos y cerca de 200 heridos, es el saldo conjunto de un combate de una guerra que aún hoy tiene heridas por cicatrizar.
La historia de Jorge
Jorge Altieri pertenecía al Regimiento 7 de Infantería de La Plata. Y era parte de ese combate cuando una bomba explotó cerca de donde se encontraba llevándose la vida de algunos compañeros e hiriendo a varios. Su casco impidió que una esquirla le quitase la vida, pero no impidió que perdiese el ojo izquierdo y perdiese tejido encefálico, lo que lo produciría dificultades en la coordinación de los miembros y el habla.
Herido, fue descendido al pueblo y luego devuelto a continente, pero nunca había vuelto a ver ese casco que le salvó la vida hasta hace algunos años cuando alguien le advirtió que estaba siendo subastado por internet.

El casco, mostraban las fotos, tenía el orificio de la esquirla y el nombre de Altieri en su interior. Ofertó 400 libras, pero alguien a último momento superó la oferta. Intentó contactar al comprador, ofreció 1.000, pero el otro le pidió 5.000. Imposible para un hombre con una discapacidad como él que, pese al sacrificio por la patria, fue vendedor ambulante.
Hace unos meses volvió a verlo en subasta, y la ilusión de recuperar lo que para él había sido la salvación y para otro era un tesoro de guerra volvió a llamar a su puerta. Pero el actual dueño pedía más de 10 mil libras. Comenzaba a resignarse, pese a la colecta que muchos iniciaron, porque a él mismo le parecía una locura desembolsar ese monto que pedían.
Pero antes de que finalice la subaste ésta fue dada de baja y recibió un llamado telefónico de un generoso anónimo que resguardó su identidad, aunque tenía “acento argentino”, quien le informó que recibiría el casco mediante el siguiente envío de la Embajada argentina en Gran Bretaña.
“Es algo muy emocionante porque mi hijo varón, de 25 años, va a poder tocar algo y vivir un poco de lo que yo viví en Malvinas. Yo tenía 20 años y ahora soy consciente de lo chico que era, del patriotismo que tenía adentro”, expresó a Cadena 3. Su idea, no obstante, es tras permitir que los que lo ayudaron conozcan el casco que le salvó la vida poder llevarlo al cementerio de Lanús, donde descansan los restos de sus padres. Necesita cicatrizar esas heridas de la guerra de esa manera.
La historia de Diego
Diego Arreseigor no conoció Monte Longdon en combate. Como oficial ingeniero, habían trabajado en el minado de los campos. Al caer prisionero, fue parte de un equipo comisionado para levantar las minas. Fue así que llegó a un antiguo puesto sanitario británico, donde entre las rocas halló un casco británico manchado con sangre. Lo tomó para él, e hizo lo imposible para que no se lo quitasen al regresar a continente. Cuenta que estaba tan flaco que nadie advirtió el “tesoro” que se estaba llevando.

El casco quedó en su casa paterna mientras la carrera militar de Arreseigor siguió su curso, incluso con labores humanitarias en distintas partes del mundo. Pero un día, ya pasadas las décadas, indagó por internet quien podría ser Shaw, aquel cuyo nombre el casco aún conservaba. Y puso rostro al dueño de aquel casco. Alexander Shaw era joven, como él en aquella guerra. Su hijo Craig tenía apenas 3 años cuando cayó en Longdon, donde había ido a reparar un mortero.
A Diego le llevó tiempo, pero logró contactar a la hermana de Shaw y comprometerse a llevarle el casco a Inglaterra. Susan le expresó lo importante que era para ella recuperar esa pertenencia que tuvo su hermano al morir. Diego le dijo lo importante que era para él cerrar esa etapa tan dolorosa de su vida, como rescató Infobae.

No son ficciones, pero podrían serlo. Son heridas de aquella guerra que, como otras, enfrentó a hombres que en otras circunstancias, como bien describió Borges, hubieran sido amigos.