En Roma durante la cumbre de abusos, había algo satisfactorio en saber que estaba sufriendo y luchado por cubrir mi Iglesia en oraciónEl otoño pasado, hice planes para pasar unos meses en Europa predicando el Evangelio. Había decidido volver a Estados Unidos a finales de febrero. A la mañana siguiente, el Vaticano anunció las fechas de la cumbre sobre el abuso: a fines de febrero.
De alguna manera, estaba muy claro para mí que necesitaba estar allí. No por supuesto porque me iban a invitar a la reunión, ni siquiera porque podría conversar con cualquiera de los obispos sobre lo que debatirían.
Pensé sostener un letrero pidiéndoles que hicieran lo que fuera necesario para purificar a la Iglesia y proteger a los inocentes, pero un visible acto de protesta tampoco me acababa de gustar.
Le pregunté a cada sacerdote con los que hablé sobre lo que harían en mi lugar. Pregunté a mis amigos y seguidores en las redes sociales. Oré y pensé y me pregunté, pero no conseguí nada. Muchas ideas geniales, pero nada que me pareciera del todo bien.
Así que, sin ningún plan en mente, fui a Roma. Tal vez me toparía con algunos obispos. Tal vez Dios estaba haciendo algo completamente distinto.
Sin embargo, hubo una sugerencia que no me podía quitar de la cabeza: un “Paseo Jericó”, rezando el Rosario alrededor del perímetro del Vaticano como Josué y los israelitas habían hecho alrededor de Jericó.
No, por supuesto, orando para que los muros del Vaticano se derrumbaran, sino para que el poder de Dios reinara en los corazones de nuestros obispos.
Orando para que cualquier cultura de pecado y silencio sea destruida mientras que el gozo del Evangelio nos libera. Es una hermosa idea. Pero no es así como rezo.
No soy exactamente una persona activa. Entonces, cuando se trata de la oración, no doy mucha importancia a lo físico. No paso mucho tiempo arrodillada o de pie cruciforme. No rezo bien mientras voy de excursión y lo último que quiero es hacer el Camino de Santiago.
Ahora la Ciudad del Vaticano no es, por supuesto, un país grande. Como resultado, puedes caminar alrededor de toda ella en un Rosario y medio.
Pero no es un paseo en terreno llano. Es una caminata hasta la cima, en adoquines, en los únicos zapatos que traje a Europa, que son con cuña. Esta no es mi idea de un buen tiempo de oración.
Sin embargo, ¿qué más puedo hacer? ¿Cómo puedo declararme indignada por los pecados del clero si no estoy dispuesta a hacer algo al respecto?
Y aunque en general estoy más inclinada a intervenir que a interceder, esta vez no me dieron una plataforma. Me dieron un rosario y un par de piernas lo suficientemente buenas como para llevarme por el Vaticano.
Así que eso es lo que hice. Todos los días que estuve en Roma. Haciendo una pausa para recuperar el aliento más a menudo de lo que me gustaría admitir.
Y no me gustó. No tuve ninguna epifanía. No comencé a disfrutar de repente de este enfoque físico de la oración. No me encontré menos asmática que de costumbre.
Pero hice algo.
He estado hablando mucho sobre el tema de la crisis en la Iglesia, en línea y en la vida real. Hablar es tan importante… Pero la oración también es un trabajo real, especialmente el tipo de oración que requiere sacrificio.
Y aunque no disfruté mis paseos por Jericó, había algo satisfactorio en saber que estaba luchando, y luchando para cubrir a mi Iglesia en oración.
Es muy importante encontrar estilos de oración que funcionen para ti, cuando estás bien descansado y listo para enfocar, espacios que te ayudan a elevar tu corazón y tu mente hacia Dios.
Pero a veces también es bueno orar de maneras que no disfrutas, formas que no se sienten fructíferas, que incluso te hacen sentir frustrado e incómodo.
Puede que te encuentres estirado y fortalecido hasta el punto en que lo que una vez fue incómodo se vuelve amado. O puedes dar un suspiro de alivio cuando llegues al final, contento de haberlo hecho, pero también contento de haber hecho algo difícil por Dios.
La semana pasada en Roma, necesitaba hacer algo. No solo hablar o pensar o meditar: hacer.
Cuando una intención es particularmente enorme, hay una gran satisfacción de haber hecho algo duro, haberse unido a Cristo en su ascenso por el Calvario, aunque solo sea por un momento.
Un Rosario extra no me habría costado mucho, así que quizás tampoco mereciera mucho, ni me dejara con mucha satisfacción.
Pero cuando comencé a subir a la cima de la colina del Vaticano, me paré junto a san Miguel y sus hermanos, no solo como un intercesor sino también como un guerrero de oración.
Si hay algo en tu vida que necesita una oración grande, dura y de sacrificio, considera lo que podrías tomar para la Cuaresma para ofrecer esa intención en particular: silencio en la adoración, un ayuno particularmente difícil, una Coronilla de la Divina Misericordia a las 3 a.m.,…
La oración difícil no hace que Dios nos dé lo que queremos, pero nos permite entrar en su sufrimiento de una manera nueva y, como nada, nos da la satisfacción tan necesaria de haber hecho algo.