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El barómetro de la pareja no es el que creemos

COUPLE
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Edifa - publicado el 10/02/19
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El filósofo francés Fabrice Hadjadj establece una comparación entre la pareja y un barómetro en el que la aguja oscila entre “buen tempo” y “tempestad”. No obstante, ¿se puede reducir la sexualidad a una máquina bien engrasada? No, el filósofo insiste en el encuentro, en la aventura y en el drama que se desarrollan entre dos personas de sexo diferente, además de en la fecundidad, natural o espiritual, de una pareja, sin la cual queda reducida a un mero aparato de medidaHoy en día es más fácil tener un barómetro que una pareja. Las tiendas los venden digitales, de mercurio o analógicos, de latón o cromados, con una aguja que va desde “Muy seco” a “Tempestad” pasando por “Buen tiempo”. Existen muchos sitios web que supuestamente te ayudan a encontrar a tu alma gemela, pero hay que reconocer que no funcionan muy bien: el alma gemela es menos fiel que el barómetro, que viene con garantía de dos años.

A decir verdad, nuestra época es la de los aparatos de medida. Y aquí está su desmesura, precisamente. Acumulamos aplicaciones móviles que lo miden todo con sus sensores de datos asociados y queremos que esto funcione no solo con nuestras máquinas, sino también con nuestras compañías. Aquí, los libertinos no son peores que los puritanos. Unos reclaman un Kamasutra 2.0; otros, una gestión racional de la complementariedad hombre-mujer. Sin embargo, todos sucumben al paradigma tecnológico. Orgasmos para los primeros, organización para los segundos, pero la pareja queda reducida al acoplamiento bien engrasado de las diversas piezas de un motor. Y, por lo tanto, a una realidad impersonal.

El otro es un espacio vertiginoso

Allí donde hay personas, hay encuentro, aventura, drama. Sobre todo cuando el otro es un alguien a la segunda potencia, alguien del otro sexo. Cometeríamos un gran error al tomar por modelo aquí la muesca y la espiga que se ajustan a la perfección. Más valdría un símil de cuchillo y herida, pero un cuchillo que intenta extraer una bala y evitar su fatalidad. ¿La llave y la cerradura? Sí, también, pero sin olvidar que abren para ambos una puerta hacia un espacio vertiginoso.

Lo significativo de la imagen del barómetro es que ve a la pareja como una entidad atmosférica. Podría evocarse la mítica réplica de Arletty en la antigua película francesa de Hotel del norte, cuando su acompañante decía querer ir a pescar sin ella para cambiar de atmósfera: “Atmósfera, atmósfera, ¿es que acaso tengo cara de atmósfera?”. Y sin embargo, vivir juntos no es ser dos “caras” en una misma habitación que a veces entran en relación, sino definir el uno con el otro un particular espacio-tiempo, una especie de microclima que perciben los visitantes, pero que yo siento particularmente por su desaparición, cuando mi mujer se ausenta de la casa. Estoy en el mismo lugar pero me siento del todo distinto: todo ha cambiado, falta ella, junto a quien se despliega todo el campo magnético de nuestro hogar.

Caprichos meteorológicos

La comparación con la meteorología expresa algo más, y es que, como bien se sabe, nada hay más caprichoso que el tiempo. Un parpadeo bastaría para modificarlo, parece. Y esto funciona bien cuando un hombre vive con una mujer y no con otro hombre: sus cálculos se desbarajustan, cae en un misterio que lo arranca de la logística del mandamiento para hacerle entrar en la lógica de la oración, del arrepentimiento y del perdón… Para el que habita un hogar, el clima no está hecho para permanecer en bonitos días soleados. Un sol constante complace al turista, pero no al agricultor, porque al final lo seca todo. La tierra, para ser fecunda, necesita de lluvias, de estaciones, incluso de un invierno de rigores.

Algunos encontrarán que apenas hablo de sexualidad, al menos en el sentido en que se entiende hoy día: un acto de consumación que consiste no tanto en abrirse a la aventura de la vida como en huir ante la angustia de la muerte. Si únicamente se tratara de eso, podríamos contentarnos con proporcionar la dirección de un buen burdel.

No obstante, la sexualidad me interesa mucho, pero en su desarrollo pleno, en su misma coronación: cuando tu abuela se inclina sobre la cuna del bebé que balbucea onomatopeyas, por ejemplo, o cuando por fin consigues que crezca en tu huerto el brócoli ante el que tus hijos ponen cara de asco…

Lo que más me molesta es esa idea a la vez romántica y neomalthusiana de la pareja abrazada en una isla desierta. Mi fe es trinitaria. En realidad, en una pareja, es decir, en el sueño de ser dos mitades que forman una totalidad sin defectos, o bien se está del todo solo —con un peluche—, o bien hay tres —con la compañía del demonio—. Si no hay una apertura fecunda, si no hay hijo natural o espiritual, la Serpiente es quien termina por acudir para ofrecer a los supuestos enamorados, en vez de un ser vivo, un aparato de medida.

Artículo publicado originalmente por Fabrice Hadjadj el 10/11/2017.

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