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¿Confiar de nuevo después de la herida?

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Shutterstock-Jacob Lund

Carlos Padilla Esteban - publicado el 10/02/19

Jesús te pide arriesgar, fíate

No es tan sencillo confiar siempre. Me da miedo la vida y sufro de vértigo. Quizás por eso me impresionan las palabras de Jesús: “Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: – Remad mar adentro, y echad las redes para pescar”.

Tiene fuerza su voz. Lo dice muy claro. Tienen que arriesgar, dejar lo conocido, alejarse de la orilla mar adentro para poder pescar.

Pero Pedro tiene sus razones para dudar: “Simón contestó: – Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”.

La prudencia y razonabilidad de Pedro son sorprendentes. Tiene razón. Si en la noche no han pescado es imposible que puedan hacerlo durante el día.

Pedro duda y desconfía porque ha tenido una experiencia de sequedad. Ha tocado el fracaso y por eso duda.

Yo tengo miedo y dudo cuando fracaso. Y además me asusta lo que no conozco y me aferro a lo que controlo.

Me asusta ir mar adentro. Las profundidades del mar me imponen mucho respeto. Yo estoy más seguro cerca de la orilla.

Además, ya lo he intentado. He luchado y no he pescado nada, no me resulta. ¿Para qué fiarme de nuevo?

A menudo me encuentro con personas que no confían porque están heridas. Han tenido malas experiencias, han sufrido mucho. Y ahora buscan seguridades.

Temen la inestabilidad del mar adentro. No se fían de las personas a las que han amado. Han recibido odio, desprecio, indiferencia. Han puesto su corazón como prenda y no han recibido mucho a cambio.

El corazón tiembla. ¿Confiar de nuevo después de la herida?

Es necesario creer en el amor de los demás para confiar. No hay malas o buenas noticias en la vida. Son sólo noticias.

La confianza en Dios que conduce mi vida hace que las noticias que recibo no me quiten la paz ni la sonrisa.

Sólo necesito aprender a confiar de nuevo. Tengo que abandonar la ilusión del control. Yo no puedo hacer que un árbol florezca o dé frutos. No puedo hacer que la vida siga un camino u otro.

Puedo controlar ciertas cosas, es verdad. Pero es mucho más lo que no controlo. Haga lo que haga lo que cosecho será exactamente lo que he sembrado.

No puedo controlar la vida que surge de la semilla. No puedo hacer que los demás me den lo que no tienen. O actúen como yo espero. Sólo puedo recibir lo que hay en su corazón.

Pero puedo educarme para creer en las personas. Necesito creer en lo que pueden hacer. Aunque no sea fácil.

No controlo lo que recibo de ellos, pero confío en su deseo. Es eso lo que me pide Jesús que haga. Tengo que soltar las riendas del control.

Tengo que dejar que sea Él el que lleve el timón de mi barca. Tengo que confiar y abrirme a un mar desconocido. Expuesto a la tormenta.

Sólo tengo que confiar en sus palabras que tienen vida eterna. Es eso lo que hace Pedro: “Pero, por tu palabra, echaré las redes”.

Pedro confía en Jesús. Cree en sus palabras. Y eso que aún no ha recorrido el camino del abandono a su lado. Se fía.

Sé que aprender a confiar es una práctica que tengo que ejercitar de forma constante. La petición de Jesús a los discípulos resuena siempre en mis oídos.

Ante ella surge el miedo en mi corazón. Me asusta ir mar adentro desde donde no veré la orilla. Dejar lejos los lugares en los que he echado raíces y me he sentido querido y tranquilo. Dejar de lado las prácticas que controlo.

Jesús me dice como a Pedro que no tenga miedo: “Jesús dijo a Simón: – No temas”. El temor siempre me paraliza.

Simón tiene miedo como todos los hombres. Cuando falta confianza surge el miedo. El temor ante las malas noticias. El temor por un posible fracaso.

Porque no confío en la conducción de Dios. Porque temo que no resulten mis planes.

Las palabras de Jesús me dan valor. Me pide que navegue mar adentro y yo quiero hacerlo siguiendo a Pedro y a los discípulos.

Quiero arriesgarme. Dejar mi orilla. Sé que la vida se juega siempre en cada nueva elección que hago. Sólo se me pide que confíe en cada uno de los pasos que doy. Sólo eso. Pero es difícil cuando quiero controlarlo todo. Surge el miedo.

Hoy me impresiona la confianza de los discípulos en Jesús. Creen en Él que no es pescador. Y echan las redes cuando están cansados después de horas de pesca infructuosa.

Esa confianza ciega es la que me conmueve. Así quiero yo aprender a confiar en las personas. Creer en ellas y en su poder. Y dejar mi vida en sus manos. En las manos de Dios. Sin querer ser yo el dueño de mi camino.

Miro mar adentro. Me aventuro dejando los miedos de lado. ¿Cuál es el mar adentro en el que Jesús quiere que me aventure? ¿Qué tengo que dejar en la orilla?

Pienso en mis miedos, en los límites que me impongo o me imponen. Jesús me pide que sea audaz y valiente. Me pide que me arriesgue a dar la vida. Y yo me fío de Él. Me quiere.

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