Los que llegan lejos, tienen gente a su alrededor que les exige pensar, repensar, corregir y mejorar¿Cuánto tiempo pasamos con personas que nos enriquecen y cuánto tiempo en conversaciones superficiales que no nos llevan a nada?
La capacidad de crecer en perspectiva, visión y análisis más profundo de la realidad depende de las personas de las que nos rodeamos y de nuestra disposición a aprender.
Si nos rodeamos de personas con más experiencia y preparación que nosotros, destacadas en diferentes ámbitos de su vida personal y profesional, nos enriquece y empuja a crecer, nos desafía, nos lleva a salir de nuestras seguridades y de la mediocridad en la que podemos instalarnos sin percibirlo.
Muchas personas que lideran equipos suelen rodearse de personas menos capaces que ellos. O si tienen a alguien más capaz, suelen buscar que no brille demasiado o que no tenga mucho margen de acción. Esto sucede porque rodearse de otros que sean percibidos como “mejores” o “superiores” puede despertar inseguridad y herir la autoestima o acomplejar a quien pretende estar en la cima.
Pero lo cierto es que quienes pasan tiempo con personas más capaces que ellos, que les aportan valor y conocimiento, que amplían su perspectiva y que tienen una gran experiencia de la que pueden enriquecerse, se ven estimulados y son desafiados a pensar a otro nivel.
Los que llegan más lejos, tienen gente a su alrededor que les exige pensar, repensar, corregir y mejorar. Los que desarrollan una visión más aguda en su misión suelen estar siempre abiertos a escuchar a los que saben más que ellos y no tienen ningún complejo en volver a repensar las cosas, animándose a romper sus propios esquemas mentales.
Cuando se tiene que liderar equipos o gobernar una institución o empresa, un peligro constante es la estrechez mental que excluye la crítica externa, que no escucha a los que piensan de otro modo y evita el disenso de todas las maneras posibles. Y esto sucede incluso cuando los que quieren aportar una mirada distinta son fieles colaboradores o amigos. Quienes se rodean de los que dicen lo que se espera escuchar o de “aduladores crónicos”, atrofian su visión y pierden la posibilidad de superarse.
Escuchar más, hablar menos
En muchas empresas se busca conjugar positivamente el talento y actualización constante de las nuevas generaciones con la experiencia de los más antiguos, donde cada uno aporta lo suyo, fortaleciendo a todo el equipo de trabajo. Pero no siempre funciona cuando falta la verdadera escucha y el auténtico interés por aprender.
Hay personas que nos inspiran, otras que nos transmiten su sabiduría y su experiencia, otras que con su mirada nos ayudan a ampliar nuestra visión, otras que con su actitud nos contagian su pasión y amor por lo que hacen. Cuando encontramos personas así, se vuelve imperativo aprender a escucharlas y recibir los dones que comparten con nosotros.
Pero para poder recibir lo que otros pueden aportarnos y aprender de ellos, es preciso una actitud receptiva, de escucha activa. Muchas veces estamos tan centrados en nosotros y nuestras preocupaciones e intereses, que no escuchamos realmente, salvo lo que nos es funcional o de interés inmediato. Esto se nota cuando preguntamos algo a quien sabe y antes de que el otro comience a explicar bien lo que piensa, comenzamos a hablar de nosotros y no nos detenemos jamás.
Hay veces que las personas en realidad no quieren saber cuando preguntan, solo comenzar una conversación para poder hablar ellos. En cambio, quienes aprovechan la oportunidad para aprender, están atentos al otro, piensan bien las preguntas que hacen y toman nota de lo que reciben para luego volver sobre ello.
El sacerdote holandés Henri Nouwen, cuando abandonó la Universidad y se dedicó a trabajar con discapacitados en la comunidad El Arca en 1986, aprendió que todos sus títulos y su experiencia universitaria no le habían enseñado a amar. Descubrió todas sus incapacidades ante la vulnerabilidad de quienes solo querían dar y recibir afecto. Todos pueden enseñarnos, pero no siempre estamos dispuestos a recibir y aprender.
¿Poca tolerancia a los desafíos?
Estar en situaciones que incomodan y demandan que salgamos de nuestra “zona de confort”, de nuestro mundo seguro, es un desafío que nos hará crecer si aprovechamos la oportunidad. Aunque normalmente estas situaciones son de mucho estrés y se nos demanda un gran esfuerzo, pueden ser grandes ocasiones para dar un salto de nivel en nuestro modo de hacer las cosas.
En la actualidad la tendencia que crece es que las personas huyen de la exigencia, de los conflictos, de los desafíos. El miedo a la responsabilidad, a fracasar, a equivocarse, a hacerse cargo de algo, paraliza a las personas y les mueve a no hacer nada más que lo que otros le indican, sin iniciativa ni proactividad de ningún tipo.
Como reaccionamos ante un desafío o situación crítica es nuestra responsabilidad, porque es nuestra decisión. Uno puede evadirse o aceptar el desafío como una oportunidad para crecer. Pero no pocas veces preferimos pensar que no depende de nosotros, porque hay incontables factores que nos limitan en nuestras decisiones. Es cierto que existen múltiples condicionantes que afectan nuestra vida, pero no es menos cierto que nuestro límite es también nuestra oportunidad de tomar una decisión. Es claro que no todo depende de nosotros, pero la actitud con la que hacemos frente a las cosas sí es algo que nosotros podemos decidir siempre.
Somos seres libres, con capacidad de decidir, por lo tanto, siempre somos responsables de nuestras decisiones, aunque sean “no hacer nada” por temor a equivocarnos. Aunque se le quiera echar la culpa a todo lo demás, no podemos evadirnos de nuestra responsabilidad. Por esa razón, la diferencia no la hacen tanto las circunstancias, sino la actitud con la que se viven los desafíos que la vida nos pone delante, haciendo de cada desafío, una oportunidad para crecer.
Fuerza y disciplina
El filósofo español José Ortega y Gasset, en una carta escrita a un joven argentino estudiante de filosofía, que le había escrito anteriormente, le responde que es algo insólito encontrar hoy (en 1924) un joven que admita su ignorancia y pregunte por algunas cosas. “Créame, no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma… quien no sienta esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual”. Y afirmaba: “Es imposible hacer nada importante en el mundo si no se reúne esta pareja de cualidades: fuerza y disciplina”. El filósofo elogiaba en la juventud argentina una espléndida dosis de fuerza vital, necesaria para toda empresa histórica, pero se lamentaba de la carencia total de disciplina interna, de rigor y precisión mental, por lo cual las fuerzas se disgregan y se pierden.
Muchas veces el entusiasmo y la pasión por las causas más nobles, terminan en nada por la falta de disposición interior a aprender, a profundizar y a ejercitarse en aquello en lo que se quiere ser bueno. Leer libros que nos exijan mentalmente, escuchar a personas que nos dejan pensando y que nos cuestionan, rodearnos de aquellos que con sus talentos nos obligan a ir un paso más, es siempre una oportunidad para superarnos y ser la mejor versión de nosotros mismos. ¿Cuánto tiempo pasamos con personas que nos enriquecen y cuánto tiempo en conversaciones superficiales que no nos llevan a nada?