Buscando puestos en la Iglesia no se cura a nadie, pero sí con una buena palabra, con la paciencia, con un consejo a tiempo, con una mirada, pero como el óleo, humildemente, afirma Francisco en su homilía en Casa Santa Marta
Para abrir el corazón de los demás e invitarles a la conversión hacen falta mansedumbre, humildad y pobreza, siguiendo los pasos de Cristo, no hay que creerse superiores o buscar un interés humano. Lo subrayó el Papa Francisco en la homilía de la misa en Santa Marta del 7 de febrero de 2019.
Su reflexión parte del pasaje del evangelio de Marcos (Marcos 6,7-13) propuesto por la Liturgia del día: el mensaje es el de la “curación”.
Jesús envía sus discípulos a curar, como Él mismo vino al mundo para curar, “curar la raíz del pecado en nosotros”, “el pecado original”.
Jesús nos recrea
“Curar es un poco recrear”, observa el papa Francisco. “Jesús nos ha recreado desde la raíz y después nos ha hecho avanzar con su enseñanza, con su doctrina, que es una doctrina que cura”, siempre. Pero el primer mandamiento que da es el de la conversión.
La primera curación es la conversión, en el sentido de abrir el corazón para que entre la Palabra de Dios. Convertirse es mirar desde otra parte, dirigirse a otra parte. Y esto abre el corazón, hace ver otras cosas.
Pero si el corazón está cerrado no puede curarse. Si alguien está enfermo y por cabezonería no quiere ir al médico, no se curará. Y les dice, primero: “Conviértanse, abran el corazón”.
Aunque nosotros los cristianos hagamos muchas cosas buenas, si el corazón está cerrado, es todo barniz exterior. Y a la primera lluvia desaparecerá.
Por tanto, el Papa exhorta a preguntarse: “¿Siento yo esta invitación a convertirme, a abrir el corazón para ser curado, para encontrar al Señor, para seguir adelante?”.
Cómo evangelizar
Pero para proclamar que la gente se convierta hace falta autoridad. Para ganarla, Jesús, en el Evangelio, dice que “no tomes para el viaje más que un bastón: ni pan, ni bolsa, ni dinero”. En sustancia, la pobreza: “el apóstol, el pastor que no busca la leche de las ovejas, que no busca la lana de las ovejas”.
El Papa se refiere a lo que afirma San Agustín, que “hablando de esto dice que el que busca la leche, busca el dinero, y que al que busca la lana, le gusta vestirse con la vanidad de su cargo. Es un trepa de honores”.
Pobreza, humildad
El Papa invita en cambio a la “pobreza, humildad, mansedumbre”. Y, como exhorta Jesús en el evangelio, “si no les reciben vayan a otra parte”, haciendo el gesto de sacudir las sandalias pero –subraya el Papa– con mansedumbre y humildad porque esta es la actitud del apóstol.
Si un apóstol, un enviado, alguno de nosotros – somos muchos enviados aquí -, va un poco con la nariz levantada, creyéndose superior a los demás o buscando algún interés humano o – no sé – buscando puestos en la Iglesia, nunca curará a nadie, no logrará abrir el corazón de nadie, porque su palabra no tendrá autoridad.
La autoridad, la tendrá el discípulo si sigue los pasos de Cristo. ¿Y cuáles son los pasos de Cristo? La pobreza. ¡Dios se ha hecho hombre! ¡Se anonadó! ¡Se despojó! La pobreza que lleva a la mansedumbre, a la humildad. El Jesús humilde que va por el camino para curar.
Y así un apóstol con esta actitud de pobreza, de humildad, de mansedumbre, es capaz de tener autoridad para decir: “Conviértanse”, para abrir los corazones.
Predicar con el ejemplo
Y tras haber exhortado a la conversión, los enviados expulsaban muchos demonios, con la autoridad para decir: “¡No, esto es un demonio! Esto es pecado. Esta es una actitud impura. No puedes hacerlo”.
Pero hay que decirlo con “la autoridad del propio ejemplo, no con la autoridad de quien habla desde arriba pero no se interesa por la gente”, subraya Francisco explicando que “eso no es autoridad: es autoritarismo”.
“Ante la humildad, ante el poder del nombre de Cristo con el que el apóstol hace su tarea si es humilde, los demonios huyen”, porque no soportan que se curen los pecados.
Después, los enviados curaban también el cuerpo, ungiendo con óleo a muchos enfermos. “La unción es la caricia de Dios”, dice el papa Francisco: el óleo es siempre una caricia, ablanda la piel y hace estar mejor.
Los apóstoles tienen que aprender “esta sabiduría de las caricias de Dios”. “Así un cristiano cura, no solo un sacerdote o un obispo”: “cada uno de nosotros tiene el poder de curar” al hermano o la hermana “con una buena palabra, con la paciencia, con un consejo a tiempo, con una mirada, pero como el óleo, humildemente”.
Todos necesitamos ser curados, todos, porque todos tenemos enfermedades espirituales, todos. Pero, también, todos tenemos la posibilidad de curar a los demás, pero con esta actitud.
Que el Señor nos dé esta gracia de curar como curaba Él: con la mansedumbre, con la humildad, con la fuerza contra el pecado, contra el diablo, y seguir adelante en esta bella «tarea» de curarnos entre nosotros: “yo curo a otro y me dejo curar por otro”. Entre nosotros. Esto es una comunidad cristiana.

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