En la época de la Segunda Guerra Mundial los habitantes del barrio Salario, en la zona de las catacumbas de santa Priscilla, a menudo escuchaban gritos extraños en la noche. Sucedía especialmente cuando había luna llena.
Alarmadas por esta presencia poco normal, un buen día, alertaron a las autoridades para que investigaran. Pensaban que se trataba de un hombre lobo que vagaba y avanzaba en la oscuridad en el complejo de las catacumbas. Después de varias investigaciones y emboscadas, salió la verdad.
En realidad, los gritos eran de un pobre enfermo mental que pasaba las noches gritando y aullando aterrorizando a toda la ciudadanía en el área de las catacumbas. Una vez atrapado en el acto, fue arrestado y llevado a un asilo. Así pudieron seguir reposando en paz tantos los vivientes como los no vivientes, sobretodo los cerca de 40.000 mártires que aloja las catacumbas de santa Priscilla.
Las catacumbas de siete papas
La reina de las catacumbas, como así le llaman debido justamente a la gran cantidad de mártires que aloja, entre ellos siete papas: San Marcelino, San Marcelo I, San Silvestre I, Liberio, San Siricio, San Celestino I, Virgilio.
Llevan el nombre de santa Priscilla, una noble y rica romana que pertenecía a la familia Acili, una familia senatorial. Según los estudios realizados y la interpretación de una inscripción funeraria, ella era la propietaria de la tierra en la que se construyó la inmensa necrópolis.
Tiene una extensión de 13 kilómetros y se usaron entre los siglos II dC y V dC hasta la llegada de los bárbaros cuando fueron saqueadas y abandonadas. Posteriormente fue redescubierta hacia finales del siglo XIX junto con los restos de la basílica de san Silvestre, siempre en la Vía Salaria.
Hoy en día se pueden visitar las Catacumbas de Priscilla, pero solo una pequeña parte, dada su extensión. Vale la pena visitar estas catacumbas y descubrir las diversas bellezas artísticas de los primeros cristianos.
Se puede admirar interesantes cubículos (cubiculum, que etimológicamente indica un recinto pequeño donde se «duerme») con frescos muy bien conservados, entre ellos:
El cubículo llamado la Velata del siglo III, lleva su nombre debido a un fresco excelentemente conservado que representa a una mujer con velo en una actitud orante y que ciertamente fue enterrada allí.