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Dime cuánto críticas a los demás y te diré cuan poco te aceptas

PRZYJACIÓŁKI

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Miguel Pastorino - publicado el 26/01/19

Criticar a los demás es algo vivido con tal normalidad, que pocos reparan en las raíces de una actitud que no solamente daña la reputación de los demás, sino que perjudica también a quien lo hace.

Una cosa es la capacidad crítica de analizar y juzgar hechos y acciones, otra muy distinta es la tendencia a buscar siempre el defecto del otro para resaltarlo hasta hacer de los demás una caricatura. Criticamos a familiares, amigos, compañeros de trabajo o de estudio, vecinos y conocidos. Incluso se han creado programas de radio y de televisión cuyo contenido es hacer un juicio público de los defectos de personas famosas, y tienen mucho rating.

Cada vez más escuchamos a personas que analizan a sus familiares o amigos como si fueran “expertos” en psicología y psiquiatría, haciendo “diagnósticos” de por qué son de tal o cual manera, mirando lo que postean en sus redes sociales, tomando solamente algunas actitudes descontextualizadas o cosas que no comprendemos, para hacer juicios categóricos y definitivos. Muchas veces no damos ni lugar a la duda sobre nuestros juicios que nos parecen verdades irrefutables y la mayoría de las veces son prejuicios infundados. Y la verdad es que nunca conocemos al otro en su totalidad, porque es un misterio que siempre nos supera, pero la crítica superficial nos da la aparente seguridad de que sabemos de quién estamos hablando. ¿Por qué lo hacemos?

En las raíces de la crítica

Es muy difícil que no lo hagamos cada día. Cuando vemos algo que no nos gusta o no coincide con lo que consideramos “correcto”, le criticamos duramente. Pero las razones que hay detrás del hábito de criticar a los demás se derivan en su mayoría de las propias debilidades y dificultades de aceptarse a sí mismo. Es posible que lo hagamos para sentirnos superiores viendo el defecto en el otro. Hay quienes se sienten aliviados cuando ven su propio defecto agrandado en otros. Si soy ansioso, me sentiré aliviado criticando la ansiedad de otro. Así nuestros propios defectos parecerían menos graves ante los demás y ante nosotros mismos cuando los proyectamos sobre los demás. Todo parece solucionado cuando el problema está fuera de nosotros, o sea, siempre en los demás. También es posible que muchas veces nos veamos reflejados en lo que nos molesta de nosotros mismos, y cuando lo vemos en otros, le criticamos sin piedad, porque el otro en realidad es un espejo que nos incomoda.

Los celos y la envidia también son fuente de una crítica despiadada, ya que al sentirnos inferiores o acomplejados frente a alguien, el mecanismo de defensa automático que nos surge es rebajar a la otra persona, mostrando algún defecto suyo para disminuir sus cualidades frente a los demás o haciéndole bromas para desacreditarlo. ¿Por qué nos molesta tanto que se le elogie en público? Seguramente nos hiere nuestra propia autoestima y enseguida buscamos criticarle.

La liberación de la crítica: aceptar al otro y aceptarse a sí mismo.

Podríamos decir que la cantidad de tiempo que dedicamos a criticar a los demás y a hablar mal de ellos, es proporcional a nuestra falta de autoaceptación y a nuestra incapacidad para lidiar con los límites propios y ajenos. Cuando alguna persona dedica su vida a señalar y juzgar a los demás, dedica poco tiempo a mirarse a sí mismo, vive muy poco su propia vida, estando siempre demasiado pendiente de los demás y sus “defectos”. Las personas que se aman y se aceptan a sí mismos, que se sienten aceptadas, son menos perfeccionistas, más realistas y menos críticas hacia los demás. Una persona que se acepta a sí misma es siempre una persona feliz, pero cuando no puede aceptarse sufre por el perfeccionismo y suele hacer sufrir a los que le rodean, porque siempre está mirando el lado negativo del otro y sobredimensionándolo. A través de la crítica hacia los demás nos solemos sentir superiores o mejores, volviéndonos más rígidos, orgullosos, temerosos y profundamente inseguros.

En cambio, cuando logramos aceptarnos a nosotros mismos, aceptamos a los demás con menos dificultades y no estamos pendientes de cómo los demás son con nosotros, sino de cómo amamos nosotros, de cuán libres y auténticos somos para construir relaciones más sanas y liberadoras. La libertad que nace del amor verdadero por uno mismo y por los demás deja siempre fuera todo miedo e inseguridad, deja de lado la crítica negativa.

La crítica constructiva: corregir por y con amor.

Es muy cómodo contarle a otro amigo lo que nos molesta de un tercero, pero así no logramos nada más que descargarnos nosotros hiriendo la reputación del otro. En cambio, el coraje que nace del amor nos lleva a decirle directamente a la persona lo que nos molesta o lo que nos parece que debería corregir. El miedo al conflicto o al rechazo del otro nos lleva a criticarlo a sus espaldas, y eso nos da una mayor seguridad, pero progresivamente nos encerramos en el prejuicio y caemos en la difamación y la calumnia, haciéndonos cada vez menos sinceros y más hipócritas con aquellos que decimos amar.

Una fórmula antigua, practicada en varias culturas, es la de decir a la persona que queremos corregir todas sus virtudes y hacerle visible sus cualidades, para en ese contexto presentar la crítica o corrección, para que se supere. La crítica aislada hiere la autoestima y pone al otro a la defensiva intentando justificarse. En cambio, si el que es criticado siente que es por su bien, que es por amor, que es para que sea mejor persona y sea más feliz, la crítica será bienvenida. No alimentamos el orgullo de nadie si le decimos las cosas positivas que vemos en él, al contrario, le hacemos menos duro el golpe de recibir una crítica que tal vez aisladamente no aceptaría escuchar.

Un ejercicio puede ser preguntarnos: ¿Por qué le quiero corregir? ¿Es por él y su bien o porque a mí me irrita? Si es por mí, debería repensar mi corrección, porque tal vez el problema no sea el otro, sino yo mismo. Y a la hora de decirlo es necesario buscar el momento adecuado y cuidar el modo, preguntándonos: “si me lo dijeran a mí, ¿cómo me gustaría que me lo hicieran saber?”. ¿Nos gustaría que hablaran a mis espaldas de mis defectos en lugar de decírmelo directamente? Seguro que no. Si somos sinceros y prudentes con los demás, también los otros perderán el miedo a decirnos las cosas frontalmente y con amor. Criticar negativamente es un hábito que se aprende, pero corregir con amor también. Todo depende de nuestra actitud hacia nosotros mismos y hacia los demás.

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