Durante toda nuestra vida vamos aprendiendo a decir lo que pensamos y sentimos. De hecho, el estudio de la historia, la filosofía y la literatura nos sumergen en la riqueza y profundidad del lenguaje humano y las formas en que nos hemos pensado los seres humanos, haciéndonos capaces de comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás.
De hecho, nos permiten enriquecer nuestro lenguaje verbal y no verbal y así descubrir una gran variedad de matices para decirnos a nosotros y a nuestro mundo. ¿Por qué solemos admirar a los grandes escritores de todos los tiempos? Porque disponen de una gran riqueza expresiva, a través de la cual afloran las profundidades del corazón humano, de cualquier tiempo. Así, a través de la lectura de grandes escritores nos encontramos a nosotros mismos, nuestros sentimientos más profundos y aprendemos a comprender a los demás.
La riqueza expresiva es siempre un signo de madurez humana y de capacidad para comunicarse con los demás. Sin embargo, cuando queremos dialogar con los otros, nos encontramos con una serie de obstáculos que hacen difícil la comunicación y la comprensión de los demás, incluso de nosotros mismos.
La pobreza en el lenguaje verbal
Hay personas que hablan con monosílabos, con unas pocas palabras que usan como “comodín” para responder a cualquier pregunta. Unas pocas expresiones que se repiten en forma constante expresan la pobreza de lenguaje y se vuelve un duro límite para la comunicación entre las personas.
Cuando hay pobreza de lenguaje se hace difícil mantener una conversación que vaya más allá de dos o tres temas cotidianos y superficiales. Y es que el desarrollo del lenguaje oral y escrito es sumamente importante para potenciar habilidades comunicacionales y para la comprensión más profunda de la realidad.
El ser humano crece mediante la riqueza del lenguaje y para esto se necesita tiempo y dedicación, especialmente de buenos libros. La lectura desde la más temprana edad es clave para desafiar la pobreza en la comunicación.
La dificultad para expresar sentimientos
Cuando no encontramos la forma justa y correcta de expresar nuestros sentimientos y emociones, se generan bloqueos y tensiones que nos dejan una gran rigidez interior y muchas veces conllevan un gran sufrimiento por la impotencia que provoca no poder expresar lo que se siente de modo claro. Muchas formas de agresividad esconden detrás la incapacidad para expresarse correctamente.
Conocerse a sí mismo, las propias emociones y sentimientos más profundos es indispensable para aquellos que tienen responsabilidades sobre otros. Los antiguos monjes cristianos del desierto expresaban: “¡Pon orden en tus pensamientos, en tus fantasías, en tus sentimientos! En caso contrario, te descompondrán, te destrozarán, te tensarán y lanzarán en direcciones opuestas: Y tú, sin darte cuenta, ¡te quedarás vacío de fuerzas!”
Examinarse a uno mismo es un camino para conocerse y aprender a expresar lo que se siente.
- ¿Por qué me siento así?
- ¿Por qué esta persona me pone tenso?
- ¿Por qué en esta situación siempre me siento incómodo?
- ¿Por qué me siento de mal humor?
Si descubro la respuesta a esas preguntas, más fácilmente podré ordenar mi interior y no echarle la culpa de mi malestar a los demás. La madurez humana va de la mano con la capacidad progresiva de examinarse, conocerse y gobernarse a sí mismo. Los sentimientos no pueden eliminarse, sino reconocerse, aceptarlos y expresarlos debidamente.
Actitudes que oscurecen la comunicación
Hay formas de empeorar una comunicación, como por ejemplo hacer insinuaciones. Insinuar algo es no decirlo bien y esto crea en los otros, ideas equivocadas de lo que tal vez quiero decirle. Cuando insinúo las cosas que quiero decir estoy pretendiendo que el otro sea adivino o que interprete cómo yo quiero, lo cual seguro traerá malentendidos y confusiones en el diálogo. No cuesta nada ser más claro y las cosas dichas a medias no suelen dejar buenos resultados en la comunicación.
No escuchar es algo más común de lo que parece. Muchas veces parece que estamos “escuchando”, pero en realidad estamos pensando en lo que vamos a decir a continuación, esperando nuestro turno, no escuchamos al otro y por lo tanto es muy difícil entenderse si no hay escucha real. Para comprender al otro hay que querer escucharlo e interpretarlo correctamente.
Un error muy frecuente es suponer lo que el otro me quiere decir, suponer lo que piensa, cuando en realidad no lo sabemos. Cuando suponemos lo que el otro piensa, ya hemos cerrado la posibilidad de descubrirle y de escucharle de verdad. Muchas conversaciones que no llegan a nada nacen de la incapacidad para dejar de lado las suposiciones.
También es importante el lugar y el momento en el que elegimos hablar ciertos temas. Hay momentos y lugares que no ayudan o que complican más la comunicación.
Hay quienes dicen cosas importantes cuando están por irse a trabajar, o en un lugar público, con lo cual no disponen del tiempo ni de la intimidad para hacerlo bien. Cuando lo que queremos comunicar es profundo y significativo para nosotros, hemos de elegir bien cuándo y dónde. Una forma superficial de evadirnos es decir las cosas en momentos inadecuados.
La autorreferencialidad que olvida al otro y lo pone en función del propio ego. Es decir, si cuando escuchamos al otro no dejamos de pensar en nosotros, seremos incapaces de escucharle de verdad. No todo tiene que ver conmigo, no siempre se trata de mí, no siempre tengo que tener un consejo o una respuesta. Escuchar es abrirse al otro, recibirle en mi corazón, comprenderle, darle un espacio en mi vida.