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¿Por qué solo nos relacionamos con quien piensa como nosotros?

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Jacob Lund - Shutterstock

Miguel Pastorino - publicado el 11/01/19

Buscamos quien opina igual que nosotros. No se necesita dialogar, ni encontrarse con el diferente... ni pensar

Hoy vivimos en tiempos donde el diálogo se ha vuelto una realidad obstaculizada por las fiebres igualitaristas que no dejan lugar al conflicto con ideas distintas y por el mundo “endogámico” de las propias redes sociales. Se confunde igualdad con que todos tenemos que pensar igual.

Igualdad no es identidad, somos iguales pero diferentes a la vez. Se cree ingenuamente que hay que “dialogar” solo con los que piensan igual que uno mismo, lo cual tiene muy poco de diálogo, de encuentro con otro distinto de mí.

Nuestras redes sociales “inteligentemente” nos llevan a encontrarnos con los que tienen nuestras mismas preferencias, gustos e ideas, haciéndonos creer que la mayoría piensa igual que nosotros.

A su vez, la falta de lectura reflexiva, de pensamiento crítico, de interés por un pensamiento distinto que no confirme las propias ideas, crea un ambiente propicio para toda forma de fundamentalismos e intolerancia que no soporta un matiz o una crítica fundamentada.

Lo igual no necesita dialogar ni encontrarse con lo diferente. No pocas veces las banderas de la igualdad pueden promover la exclusión y la expulsión de lo distinto.

La negación del otro en una cultura narcisista

En su ensayo “La expulsión de lo distinto”, el filósofo coreano-alemán, Byung-Chul Han escribe:

“Los tiempos en los que existía el otro se han ido. El otro como misterio, el otro como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, el otro como infierno, el otro como dolor va despareciendo… La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social. Lo que lo enferma no es la retirada ni la prohibición, sino el exceso de comunicación y de consumo; no es la represión ni la negación, sino la permisividad y la afirmación. El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, sino la depresión. La presión destructiva no viene del otro, proviene del interior”.

Si bien el individualismo moderno ha traído una gran cantidad de libertades que no eran imaginables hasta hace unas pocas décadas, donde la persona va construyendo su propia vida, consciente de una amplia variedad de posibilidades, también es cierto que las personas son motivadas a concentrarse excesivamente en sí mismos y en su desarrollo personal, haciendo muchas veces de los “otros” una molestia, una carga o un límite a sus deseos egoístas.

La colonización de la mentalidad consumista trasladada a los vínculos hace de los demás simples objetos de “uso y tiro”, simplemente están ahí para responder a la necesidad de un yo hipertrofiado que no es capaz de ver al otro como un “tú”, sino como alguien que está allí para satisfacer mis necesidades o para ayudarme a salir de la soledad. Y cuando no lo necesite, no me interesa.

El argumento que se esgrime para poder hacer lo que se quiere, sin importar que suceda con los demás es: “Tengo derecho a ser feliz”; ¿y los demás?

La tendencia sociocultural al narcisismo, a la autorreferencialidad, colabora con la incapacidad de salir al encuentro del otro, de conocerle realmente y, por lo tanto, de amarle de verdad. Se busca que los demás sean una extensión de uno mismo, una repetición de la propia subjetividad.

Y si los demás confrontan mi modo de ver las cosas, simplemente dejan de interesarme. Crece en nuestros tiempos una gran incapacidad para vivir el conflicto, para aceptar lo distinto, para vivir en la diferencia.

La capacidad de cultivar relaciones de amor verdadero requiere salir del egoísmo, entregarse, priorizar al otro y darle un lugar en la propia vida. Amar en serio es para muchos hoy nadar contra la corriente.

Dialogar es también escuchar

El diálogo es una herramienta de encuentro real y entendimiento, de solución de conflictos y de intercambio que enriquece a las partes involucradas, que les permite a todos revisar y reconstruir sus propias convicciones. Pero cuando se busca solo imponer el propio punto de vista sin capacidad de escucha y de aprendizaje, se termina haciendo del otro un simple objeto de adoctrinamiento o un enemigo a quien hay que silenciar, “bloquear” o simplemente ignorar.

El verdadero diálogo no es hablar sin escuchar, sino una búsqueda de la verdad con los otros, argumentando con razones, cuestionando presupuestos y prejuicios, abriéndonos al otro sin miedo.

El filósofo Han propone que en un mundo centrado en el ego productivo y olvidado del otro, la escucha ha de ser un acto que quiebre el encierro subjetivo del individuo. “Escuchar no es un acto pasivo. Se caracteriza por una actividad peculiar. Primero tengo que dar la bienvenida al otro, es decir, tengo que afirmar al otro su alteridad. Luego atiendo a lo que dice”.

La apertura al otro nos expone, nos hace vulnerables, pero solo así podremos vivir humanamente. “En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad” (p. 113).

Escuchar es una manera de descentrarse de uno mismo, de olvidarse de sí, de desinflar el ego, de silenciar las propias voces interiores y pensamientos para dar lugar al otro. Escuchar es un acto de atención hacia el otro, de cederle espacio en mi vida, de respeto a su persona, de apertura a su propia vida, sus ideas, su mundo. Por eso querer escuchar a otro es querer entrar en su mundo y dejarnos transformar por él. Quien está demasiado ocupado consigo mismo no puede escuchar en profundidad.

La escucha verdadera exige tiempo, pero el tiempo a disposición del otro. Quien no está dispuesto a limitarse a sí mismo para dar espacio al otro, no puede escuchar realmente. Pero antes que nada escuchar es un acto de amor, es una decisión en favor del otro, un dar de sí. Por ello es un arte que requiere tiempo y dedicación.

El verdadero diálogo entre las personas a todos los niveles, desde la vida familiar hasta el diálogo político, requiere de un verdadero interés por el otro. Sin otro, no hay escucha, solo monólogos autorreferenciales que se escuchan a sí mismos.

Sobran los cursos para aprender a hablar en público, para convencer a otros, para expresarnos correctamente. Pero la necesidad más grande que encontramos hoy es la de ser escuchados y aprender a escuchar.

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