San André Bessette no tardó mucho en ser conocido como el “hombre milagro de Montreal”. Era un hermano sencillo que no deseaba demasiada atención, pero Dios lo agració con una fe profunda y pertinaz.
Como el beato Solanus Casey, Bessette fue portero, el “conserje” del seminario, y realizaba sus tareas diarias con discreción.
Pasaba largas horas de rodillas y construyó una pequeña capilla en honor a san José, donde pasaba mucho de su tiempo libre.
Los visitantes de la pequeña capilla de Bessette pronto empezaron a informar de curaciones y favores celestiales especiales, cosa que llamó la atención del arzobispo local.
Este, después de visitar la capilla dijo: “¿Debería decir que suceden milagros en este santuario de san José? Si negara que tal fuera el caso, los exvotos de ofrenda en aquellas pirámides contradirían mis palabras. No necesito hacer ninguna investigación, estoy convencido de que han tenido lugar sucesos extraordinarios; han sucedido aquí curaciones corporales, quizás, aunque es sencillo sufrir ilusiones en casos así, y curaciones espirituales mayores incluso. Pecadores han venido aquí, han rezado y, después, confesado sus iniquidades y marchado en paz con Dios”.
Empezaron a formarse multitudes que pedían al hermano André por sus intenciones personales.
Continuaron sucediendo milagros y Bessette recibió el apodo de “hombre milagro”, aunque él no hacía más que reír ante dicho sobrenombre: “Es san José quien hace estas cosas, yo soy como tú, un simple suplicante”.
Aunque nunca se hizo sacerdote, el hermano André acompañaba a la gente, escuchaba sus muchos sufrimientos y rezaba junto a ellos. Después, muchos eran sanados de sus males, ya físicos o espirituales.
Según algunos cálculos, se curaron más de 10.000 personas (aunque algunas estimaciones llegan hasta las 125.000 personas).