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Las homilías del papa Francisco en las misas de Santa Marta del 2018

papa francisco 18

© CPP

Papa Francisco

Vatican News - publicado el 31/12/18

Este año el Papa pronunció cerca de noventa homilías en las misas celebradas en Santa Marta: meditaciones intensas para vivir una fe cristiana auténtica, centrada en el encuentro vivo con Jesús y el amor concreto por los demás

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Homilías breves, vivas, improvisadas: son las meditaciones matutinas de Francisco en la capilla de la Casa Santa Marta. Este año pronunció 89. Son reflexiones centradas en el primer anuncio, el «kerygma»: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» Evangelii gaudium, 164).

Francisco sabe decir palabras que hacen arder los corazones, con un lenguaje alegre y colorido, a veces mordaz para animar a las personas a madurar en la vida cristiana.

Las homilías de Santa Marta contienen tres elementos: una idea, un sentimiento, una imagen, en el contexto de una predicación positiva que ofrece esperanza, incluso cuando los tonos se vuelven más duros.

Esa dureza que usaba también Jesús para sacudir sobre todo a quien se consideraba justo y se cerraba a su amor, a su salvación.

El examen final es sobre el amor

Este año, el Papa se refirió repetidamente a situaciones de la actualidad, del mundo y de la Iglesia, pero el mensaje recurrente es escatológico, la expectativa del encuentro con Jesús, el examen final sobre lo que Francisco llama el «protocolo» de Mateo 25: «Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver».

Al anochecer de nuestra vida seremos juzgados respecto al amor concreto que vivimos en la tierra. Hoy ya conocemos las preguntas de ese examen crucial.

Los cristianos son aquellos que pagan por los demás, como Jesús

Una homilía sobre todo, ejemplificadora, es la del 8 de octubre pasado, en donde el Papa comentó la parábola del buen samaritano: aquí -dijo- se encierra todo el Evangelio.

Un doctor de la ley le pregunta a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?». Es una pregunta tramposa y autojustificativa. El Señor habla del hombre herido por ladrones: un sacerdote y un levita, dos hombres estimados por la administración del culto y el conocimiento de la ley, lo encontraron y pasaron de largo.

Son dos «funcionarios» de la fe, explica el Papa, que quizá dicen: «Por el camino rezaré por él, pero no me toca a mí. Es más, si yo tocara su sangre, me quedaría impuro».

Un samaritano, es decir «un pecador, un excomulgado» se detiene, lo cuida: era el más pecador y, sin embargo, tuvo compasión de ese hombre herido.

Pone de lado su agenda, se ensucia las manos y la ropa de sangre, cura las heridas del hombre, poniéndole aceite y vino, lo lleva a una posada y le da al posadero dos denarios, diciendo: «Cuídalo; lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso».

Esta es la síntesis del Evangelio, comenta Francisco: los cristianos están abiertos a las sorpresas de Dios, saben cambiar sus agendas y «como Jesús, pagan por los demás».

Pecadores y corruptos

Jesús tenía palabras fuertes contra la hipocresía de los fariseos, escribas y saduceos, personas que se consideraban mejores, perfectos conocedores de la ley, y juzgaban, poniendo pesos sobre los demás sin mover un dedo.

Así, el Papa a menudo reprende a los llamados cercanos, aquellos que piensan que están en orden pero no se interesan por los demás, y luego llevan una doble vida, sobre todo si son pastores.

Califica como «corruptos» a quienes se sienten justos y no necesitan convertirse continuamente. El cristiano, en cambio, sabe que es un pecador que necesita conversión y la misericordia de Dios y por eso tiene misericordia de los demás.

El Evangelio incomoda

Jesús advierte: «No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad del Padre».

Así, el Papa nos invita a ser cristianos del hacer y no del decir y ya: cristianos de gestos concretos, no cristianos maquillados.

Cierto, el pobre molesta: nos toca los bolsillos, el enfermo nos puede contagiar, el forastero nos obliga a abrir la mente y el corazón a quien es diferente, el preso nos involucra en una realidad que no queremos tocar.

El Evangelio filtrado por nuestro egoísmo y nuestros esquemas ideológicos nos tranquiliza, nos deja cómodos en nuestras posiciones. El Evangelio verdadero nos escandaliza, nos pone en crisis, nos incomoda, nos mueve del yo al tú.

Cuidado con el diablo

Francisco invita a pasar de la lógica del mundo a la de Dios, porque es fácil vivir un cristianismo tibio y mundanizado sin siquiera darse cuenta.

Exhorta a la valentía de una oración insistente que se atreve a dirigirse al Señor con confianza, mirando a Cristo crucificado en los momentos difíciles.

Invita a permanecer unidos a Jesús y a los hermanos para no caer en la tentaciones del diablo que engaña y dice mentiras para dividir, usando a los hipócritas.

El Papa en sus homilías a menudo advierte contra Satanás, el gran acusador: la vocación del demonio -dice- es destruir la obra de Dios.

Enamorados de Jesús

La palabra clave para no errar nuestro camino de fe -explica el Papa- es estar «enamorados» del Señor y tomar de Él la inspiración para nuestras acciones.

Es un equilibrio entre «contemplación y servicio», el ora et labora de san Benito, escapando de la religión del ajetreo, que no sabe detenerse para estar con Jesús, y del intimismo que nunca desemboca en el servicio concreto del amor.

La verdadera contemplación no es un dulce no hacer nada sino un detenerse a mirar al Señor que toca el corazón e inspira nuestras acciones.

En los encuentros de cada día, la esperanza del encuentro definitivo

Es el Espíritu Santo – recuerda el papa Francisco – quien nos permite vivir esta vida con alegría, en la esperanza de encontrar al Señor: «La esperanza es concreta, es de todos los días porque es un encuentro. Y cada vez que encontramos a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, damos un paso más hacia ese encuentro definitivo. La sabiduría de saber gozar de los pequeños encuentros de la vida con Jesús, preparando ese encuentro definitivo».

Por Sergio Centofanti

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