Una meditación de fin de año
Hay algo de apocalíptico o de paleocristiano cuando se entra muy de mañana en una Iglesia en Francia o en España: Una gran nave vacía, paredes solitarias, entre las sombras se vislumbra un arte sublime de otra época, un frío difuso emana de las piedras centenarias, las luces apagadas, un sol mortecino se cuela a través de los vitrales, al fondo una puerta abierta.
Al entrar por la puerta, se abre una pequeña capilla lateral, de una sencillez ascética que contrasta con la magnificencia de la nave central. Un sacerdote de cabello blanco y mirada cansada prédica casi en un susurro, y una congregación de no más de cinco personas escucha en silencio. Se respira un aire de melancolía divina. Casi pareciera que esa capilla, ese espacio, es el último reducto de un mundo devastado.
Europa occidental se aleja de la fe cristiana
Un reciente estudio del Pew Research Center (PRC) describe el panorama actual de la identidad religiosa en Europa. El estudio se basa en entrevistas hechas a 56.000 adultos de 34 países europeos, entre 2015 y 2017. El resultado, si bien esperado, no dejar de ser sorprendente.
Los papeles se han invertido. Los países que pertenecían al antiguo bloque comunista –donde hasta hace unas décadas se imponía el ateísmo como principio rector del Estado–, son ahora los países que manifiestan una identidad cristiana más fuerte. Incluso, países como Ucrania y Rusia, núcleo duro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy cuentan con más personas que se consideran cristianas que antes.
Del otro lado, la imagen es diferente. Los países de Europa occidental, como Francia –hija predilecta de la Iglesia– o España –de profundas raíces católicas–, son países en los que el cristianismo ha ido perdiendo, poco a poco, espacio en la conformación de la identidad nacional.
En España, por ejemplo, 92 por ciento de los españoles fueron educados en la religión católica y, de ellos, 66 por ciento se siguen considerando católicos –de los cuales 60 por ciento albergan dudas de la existencia de Dios–, y únicamente 22 por ciento consideran la religión como un elemento importante de su vida. La de España es la mayor caída en términos absolutos de población cristiana en toda Europa.
Rezar ha dejado de ser importante
De acuerdo al estudio del PRC, no solo se ha ido perdiendo la fe en Europa, también el compromiso religioso –de los que se declaran cristianos–, es cada vez más escaso. Los jóvenes ven al cristianismo como algo de otro época, de otra historia, y en sus padres no encuentran un referente de búsqueda espiritual. El testimonio se pierde en el devenir de la vida.
En Francia, por ejemplo, 22 por ciento de los franceses dicen ir a misa por lo menos una vez al mes, y once por ciento dice rezar todos los días. En Alemania sólo nueve por ciento de sus habitantes admiten rezar todos los días, al igual que en República Checa y en Estonia, y en el Reino Unido únicamente lo hace seis por ciento, el lugar donde la gente dice rezar menos de toda Europa.
De acuerdo al mismo estudio, el ateísmo gana terreno. En cuatro países de Europa ya son más los que se declaran ateos que creyentes: Países Bajos (53 por ciento), Bélgica (54 por ciento), Suecia (60 por ciento), y República Checa (66 por ciento). Y en países como Francia, donde la cultura católica ha sido parte fundamental de su historia, solamente once por ciento de la población declara creer firmemente en Dios.
La noche del mundo
El estudio del PRC puede guiar hacia generalizaciones y conclusiones un tanto precipitadas: donde la religión fue reprimida, hoy resurge; donde la religión fue impuesta, hoy se marchita; los países avanzados son menos religiosos; los países atrasados son más religiosos; etcétera; etcétera.
El fenómeno que vive Europa y el mundo entero es mucho más profundo que una serie de números y encuestas. Cada persona es una historia viva, y la relación de cada persona con Dios es un misterio insondable.
Hay personas que se declaran ateos, pero viven una búsqueda constante por encontrar a Dios. Hay personas que dicen tener un gran fervor, pero se olvidan de Dios, se dan golpes de pecho y manipulan el mensaje de Cristo. Hay jóvenes que no crecieron en una familia religiosa, que de mayores profesan una fe sincera. Hoy, como siempre, la fe sigue caminos misteriosos, los caminos de Dios, imposibles de descifrar para los seres humanos.
Esta es la época que nos ha tocado vivir, en la que nos ha tocado amar al prójimo, y en la que nos ha tocado luchar para ser felices. La fe de hoy, la verdadera fe de hoy, es muy similar a la que profesaron los primeros cristianos. Y ellos, seguramente, en la penumbra de las catacumbas, sentían el peso de una noche oscura que parecía no tener fin.
“Cuando la noche se acerca y se oscurece la fe,
Madre de todos los hombres enséñanos a decir: Amén.”