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¿Cómo recuperar la intimidad en nuestras relaciones?

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Miguel Pastorino - publicado el 27/12/18

La intimidad no es tener relaciones sexuales: ¿Con quién compartimos nuestros anhelos más profundos, nuestros miedos, nuestros pensamientos más íntimos? 

Varios analistas sociales, filósofos y psicólogos contemporáneos coinciden en que la incapacidad para tener relaciones sanas, profundas y estables es uno de los mayores males de la actualidad. Sin dramatizar, porque no se dice que no se pueda, pero sí que se hace más difícil que en otros tiempos.

¿Por qué? Los actuales cambios socioculturales son algunas de sus causas y comprenderlos puede ayudarnos a mejorar nuestro modo de vivir y de relacionarnos con los demás. Se tiene miedo de amar y de ser amado, de vincularse en profundidad, y se inventan nuevas “formas de amor” que en realidad son una forma de disimular la incapacidad para amar y el egoísmo crónico, como es el caso del así llamado “poliamor” y fenómenos por el estilo.

Si bien en un breve artículo no podemos incluir todas las razones que hoy son objeto de profundos análisis, nos limitamos a una de ellas: la crisis de la intimidad.

La intimidad desaprendida

Tanto se ha perdido la noción de la intimidad, de la interioridad, de la privacidad, que hay quienes reducen la palabra “intimidad” a las relaciones sexuales, que, por cierto, pueden no ser verdadera intimidad. Hay quienes creen que por tener una “relación sexual” tienen una relación de intimidad, pero lo cierto es que no son realidades que necesariamente vayan juntas.

En el matrimonio una sexualidad plena suele ser el fruto de una relación de mutuo conocimiento, amor profundo y de verdadera intimidad, pero no por tener relaciones sexuales se asegura una mayor intimidad en los vínculos.El conocimiento del otro requiere ir más allá de lo exterior.

La intimidad es la profundidad de una relación, el grado de confianza y cercanía con la interioridad de los otros. Hay amistades que pueden parecer muy sólidas, pero sin intimidad, sin conocimiento profundo del otro, no echan raíces y se quedan en un vínculo superficial. Existen personas que son muy sociales, afables, amables, alegres, con gran sentido del humor, pero mantienen a los demás “a raya”, no los dejan acercar a su intimidad, no se dejan conocer en realidad. Su exceso de cortesía puede disimular la ausencia de relaciones profundas. Uno puede tener muchos contactos y ninguna relación auténtica y profunda.

La “sociedad de la transparencia” como la llama el filósofo B.C. Han, es un mundo donde no hay lugar para el misterio, para el pudor, para la espera, para la privacidad, para la interioridad. El problema no es solamente que se borren los límites entre lo público y lo privado, sino que desaparece la privacidad y con ello también la capacidad para la intimidad.

Se ve como normal no respetar la privacidad de las personas, haciendo todo público, sea en las redes sociales o en los diferentes medios de comunicación. Y muchos creen que es un “derecho” saberlo todo de todos, pero no lo es. Las relaciones para ser sanas necesitan la protección de la intimidad, y aprender que no todo debe exponerse ante los demás.

Al mismo tiempo la falta de cultivo de la propia intimidad consigo mismo, de diálogo interior, de espacios de reflexión personal, de silencio, hacen a las personas más superficiales en su visión de la vida y de los demás, por lo cual tampoco saben cómo tener un diálogo profundo con los otros, sencillamente porque no conocen esa profundidad de los vínculos, no la han cultivado. La falta de intimidad se ha vuelto así una discapacidad muy extendida en las relaciones humanas.

Quien no tiene el hábito de mirar su interior y comprender sus propios sentimientos, sus pensamientos y reflexionar sobre ellos, tampoco sabrá hablar de ello ni preguntárselo a los demás, mucho menos comprender lo que les sucede a los otros. Vemos a muchas personas sufrir porque no se sienten comprendidas y aunque tengan amistades o matrimonios de años, se sienten solos en su intimidad, porque nadie ha accedido a su interior.

Las personas más empáticas se conocen a sí mismas y por eso pueden “ponerse en los pies de los demás” y comprenderlos. Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos, más fácilmente comprenderemos a los demás y seremos capaces de entablar un diálogo sincero, abierto, comprensivo y profundo.

Si no cultivamos la intimidad personal y con los demás, nuestras amistades serán superficiales y nuestras relaciones de pareja también. Por eso es tan importante el cultivo de la propia interioridad y del conocimiento de uno mismo que nos ayude a comprender nuestra humanidad y la de quienes decimos amar.

Cuando una relación se limita al teléfono, a los mensajes y a hablar de cuestiones prácticas y cotidianas, pero no a hablar de uno mismo con real apertura, no se llegará muy lejos. La convivencia para crear intimidad requiere que nos dediquemos tiempo, que sepamos esperar los tiempos del otro.

Para un diálogo en intimidad se requiere también crear el espacio. No se puede hablar de un problema serio o expresar un profundo sentimiento con la televisión prendida o delante de otros, con los teléfonos en la mano, ni tampoco en un encuentro donde tenemos poco tiempo. ¿Con quién compartimos nuestros anhelos más profundos, nuestros miedos, nuestros pensamientos más íntimos?

Contemplar es mirar en profundidad

Mirar hacia dentro de uno mismo y de los otros requiere no quedarse solo “viendo” lo exterior, valorando y juzgando a nuestros amigos o a nuestra pareja según sus actitudes y comportamientos. Conocer al otro exige ver en profundidad y para ello se necesitan momentos de silencio, de mirar al otro sin prejuicios y entrar en contacto con su ser más profundo, con lo que realmente siente, piensa y vive.

Para llegar al corazón del otro es preciso liberarnos de lo que nosotros proyectamos sobre ellos y de nuestros prejuicios. A veces creemos conocer al otro y en realidad solo vemos su exterior. Creemos saber cómo se siente y en realidad no lo sabemos.

La confianza en el otro permite ver lo invisible, la fe en el otro permite llegar más lejos. Cuando abrimos el corazón y confiamos podemos dejar que el otro sea quien verdaderamente es y no lo que nosotros esperamos o imaginamos. Cuando buscamos conocer al otro en profundidad podemos sorprendernos y descubrir su permanente novedad. Amar es ver con ojos nuevos, es mirar más allá de lo visible.

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