Tener valores y descubrirlos es hablar de algo que nos mueve en la vida. No se trata de algo abstracto o alejado, o algo irreal, ilusorio o reducido.
Es verdad que los valores se ofrecen como ideales pero son reales y aplicado en el día a día de quienes los poseen. Hablamos por ejemplo del civismo, de la generosidad, del servicio y la entrega a los demás.
En la vida estamos rodeados de personas que los practican a diario. Estos valores son por lo tanto identificables y estimados por otros. Son muchos que los reconocen y que los realizan y practican. No se quedan pues en una mera abstracción mental o en un ideal teórico.
Por lo tanto, los valores se toman de la vida y de la experiencia colectiva. Porque el valor es un bien estimado por las personas que cada uno podemos querer realizarlo de forma forma libre y consciente para alcanzar nuestro ideal personal.
La dignidad de la vida, el agua, la inteligencia, la lealtad, el dinero, un anillo de oro, una obra de arte, la autoestima, un pañuelo perfumado... son todos ellos valores, realidades valiosas, pero no lo son de la misma manera, no se dicen de ellos el término valor con las mismas consecuencias.
Se puede afirmar que el valor dice siempre cómo es un bien. Los valores más preciados para el hombre son aquellos que enlazan con la conducta, que tienen implicaciones morales, es decir, los valores éticos. Conocerlos, interiorizarlos o incorporarlos vitalmente y comunicarlos no es fácil.
Los valores éticos benefician la sociedad. Y se entiende por ética o moral la regulación de la conducta en busca de la vida adecuada a los bienes y fines humanos. Los valores son fuentes de atracción de la conducta y, a la vez, expresión de sus logros. Obran a manera de proyecto personal pero también como proyecto común de una familia, empresa o grupo. Los comportamientos son sostenibles cuando gozan de una base sana de respeto recíproco.
La virtud es la encarnación operativa del valor. Las virtudes son fuerzas que llevan la persona a la excelencia, a la perfección moral, a ser capaz de hacer algo bueno habitualmente, que lo bueno se haya convertido en un hábito. No se trata ya de ideales deseables o de bienes atractivos que yo puedo hacer realidad a través de acciones aisladas entre sí o esporádicas. La virtud da estabilidad al valor y prolonga su vivencia en el tiempo.
Las virtudes son hábitos que muestra la intención permanente de la persona de alcanzar un bien determinado y valioso. La virtud permanece en ella, es acción interiorizada en su personalidad.
Cuando hablamos de una persona generosa nos referimos al modo habitual de vivir el valor de la generosidad, a su disposición de dar y darse a los demás. Lo mismo cuando hablamos de una persona servicial que destaca por vivir el servicio, o una solidaria que practica la solidaridad habitualmente, o una piadosa que vive con piedad o una sincera que destaca por su sinceridad.
Permiten obrar bien con mayor facilidad, buscar la excelencia en la vida personal y la puesta en práctica de los valores. La virtud ayuda a vencer resistencias de los instintos, de las emociones o del ambiente. Sirven para romper la indiferencia.
La virtud sólo puede dirigirse al bien. Y tiene como el valor, una cara subjetiva como proceso psicológico individual, y una objetiva en cuanto se presentan las virtudes como la inspiración o incluso como normas básicas para la conducta, no impuestas desde fuera sino desencadenadas desde dentro.
Algunas virtudes presentes en la vida de todos los días:
El resumen de todas las virtudes es el amor, como síntesis del esfuerzo de la persona por alcanzar el bien de diferentes maneras. El orden del amor es fundamental en la creación de los hábitos. Sin amor no hay crecimiento en la virtud.
Es lo que permite a la persona autorrealizarse en su dimensión más plena.