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Apocalypse Now sigue sucediendo en El Congo

APOCALYPSE NOW
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Jorge Martínez Lucena - publicado el 12/12/18
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Como sucede en las historias de Conrad y de Coppola, la civilización de la libertad parece sostenerse sobre el suelo de la esclavitud

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El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad es literatura universal, en el tiempo y en el espacio. Cualquier lector puede reconocer su mensaje oscuro, pegado a la especie: el hombre dejado al albur de su deseo natural se convierte en un depredador de humanidad, hasta su propia desaparición, emboscado en la selva del nihilismo.

Nadie ha olvidado el que fue uno de los mejores papeles de Brando en el cine, el mefistofélico coronel Kurz de Apocalypse Now (1979). En aquella libérrima adaptación al cine hecha por Francis Ford Coppola, se actualizaba lo que el escritor polaco-inglés intentó plasmar en las páginas de aquel clásico: la tragedia nacida de la avaricia y la pulsión de dominación del hombre –civilizado- occidental.

La letra impresa revelaba el genocidio de las tropas del rey Leopoldo II en el Congo –belga. El celuloide retrataba la devastación de una absurda y despiadada guerra contra el comunismo que se convirtió en la devastación del pueblo vietnamita en los años 60 del siglo pasado. Devastación y deshumanización escenificadas en ambos casos a través de la metáfora del remonte de un río que nos adentraba en el origen ignoto e ignaro del ser humano, en el ocaso forzoso de un hombre sin redención, entregado al albur de su pecado. 

Casi siglo y medio después de que el monarca belga iniciase la explotación colonial de la cuenca del río Congo, convirtiéndose en el propietario unipersonal de aquel país, expoliando sin tasa caucho, diamantes y demás piedras preciosas, las noticias de nuestra actualidad más urgente siguen contándonos la misma historia. En nuestro mundo supuestamente post-colonial la explotación sigue sucediendo. Esta vez con la coartada del business de empresas belgas y chinas. Las nuevas materias primas son, además del siempre preciado oro, los nuevos minerales preciosos de la era digital: el coltán y el cobalto.

El primero es un material indispensable para la fabricación de móviles y demás aparatos digitales. El segundo es indispensable para la fabricación de las poderosas baterías de los coches eléctricos, esto es, para la construcción de nuestro futuro sostenible, por lo menos el de los países ricos. 

En el más recóndito Congo, sin embargo, la historia de El corazón de las tinieblas sigue sucediendo. Recónditas poblaciones mineras al más puro estilo far west africano. AKs-47, prostíbulos, trabajo a destajo, día y noche, en galerías excavadas sin apuntalar, violencia, violaciones, borracheras y muerte. 

Todo confabulado para que el material humano siga siendo quemado en el horno de la historia, a fin de que se consolide nuestro bienestar, tecnología mediante. Todo mientras miles de hombres, mujeres y niños trabajan diariamente en condiciones de esclavitud, en minas propiedad de señores de la guerra que administran la injusticia y el sufrimiento ajeno enriqueciéndose, limpiando de barro las manos del neoliberalismo globalizado.

Como sucede en las historias de Conrad y de Coppola, la civilización de la libertad parece sostenerse sobre el suelo de la esclavitud. La ecuación sigue funcionando. En los centros comerciales fulgen las ofertas y los últimos modelos, nuestros efímeros caminos a la felicidad consumista, gracias al sacrificio de muchas vidas que luchan por sobrevivir al día y a la noche, que sueñan en las sombras, sumidos en tinieblas de polvo, con una vida mejor, a la que ellos no parecen tener derecho.

El cine y la literatura, de nuevo nos enseñan cosas interesantes sobre nuestro presente. Los clásicos yacen abandonados. Y serían una de las posibles fuentes de mejores conciencias, esto es, de un mundo mejor.

 

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