Descubre la basílica de San Sernín de ToulouseLos distantes orígenes de esta basílica de San Sernín o San Saturnino se remontan al siglo III, a la época del martirio de san Saturnino, primer obispo de Toulouse.
Por negarse a hacer sacrificios a los dioses paganos, Saturnino fue acusado de perjudicar a los oráculos y fue atado por los pies a un toro que iba a ser inmolado. El cuerpo del obispo, arrastrado por el animal, quedó destrozado.
A lo largo del siglo siguiente, el obispo Hilario hizo edificar una basílica de madera sobre su tumba y luego, ante el éxito de la necrópolis convertida en centro de devoción, se elevó una nueva basílica martyrium.
En este emplazamiento, los cimientos de la basílica romana actual se construyeron en el siglo XI. San Saturnino fue desde entonces un lugar de paso imprescindible en la peregrinación hacia Santiago de Compostela.
La construcción se extendió durante siglos: en el XIII se colocó un baldaquín gótico, luego, a principios del siglo XIV, se terminaron las bóvedas de la nave central, se agrandó la cripta y se elevó el campanario.
Con sus grandes crujías, sus numerosos pórticos y su vasto deambulatorio de resplandecientes capillas, la basílica puede recibir a multitud de peregrinos y permitirles acceder fácilmente a las reliquias expuestas.
En el siglo XIX, se encargó la restauración de la basílica al arquitecto Viollet-le-Duc. De 1860 a 1879, Viollet-le-Duc dirigió una intensa campaña de rehabilitación del edificio, pero sus restauraciones, criticadas en el siglo XX, fueron parcialmente suprimidas.
Si fue fundada en homenaje al obispo Saturnino, ¿por qué la basílica porta el nombre de san Sernín? La tradición dice que Saturninus (nombre latín de Saturnino) se habría transformado con el tiempo en Sarni en lengua occitana, para luego llegar definitivamente a Sernin en francés.
El culto a las reliquias
El origen de la basílica está estrechamente ligado al culto de las reliquias de san Saturnino. La vocación del edificio como lugar de peregrinaje se reforzó con el tiempo y el monumento se enriqueció con múltiples reliquias, ofrendas de simples peregrinos o de poderosos donantes.
Las reliquias, testimonios de la inscripción en nuestra historia de los misterios de la Salvación, ejercieron una fuerte atracción para los fieles, sobre todo durante la Edad Media, que esperaban obtener protección o curación por la intercesión de los santos.
Las reliquias de la Santa Espina o de la Vera Cruz invitan al fiel a rememorar los acontecimientos de la Semana Santa, mientras que las reliquias de los santos recuerdan que sus cuerpos fueron el Templo del Espíritu.
En los cofres relicarios del deambulatorio de la basílica de Toulouse reposan los restos de los santos Laurencio, Bonifacio, Antonio Abad y Vicente Diácono.
Además, una espina de la Santa Corona donada por Alfonso de Poitiers, hermano de san Luis, se conserva desde mediados del siglo XIII.
Se conservan también más de 200 fragmentos de huesos y un pedazo de la Vera Cruz que acompaña a los restos de san Étienne, de Bernadette Soubirou o de santa Teresa de Lisieux.
Después de San Pedro de Roma, la catedral de Toulouse alberga la mayor concentración de reliquias.