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¿Cómo te relacionas con quien te ataca o piensa diferente?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/11/18

Se une amando, no por la fuerza

A veces quiero unir por medio de la fuerza. Con la presión de mis palabras. Pretendo que los demás piensen como yo, acepten mis puntos de vista, se callen ante mis decisiones. Pretendo unir exigiendo uniformidad.

Jesús no es así. Él une amando. No une a la fuerza. No une por presión. No impone la unidad. Siempre suma, nunca resta.

No necesita que yo desaparezca, me integra. No polariza, une. No somete mi criterio al suyo, respeta mi punto de vista.

Hoy me vuelvo a convencer de que no estoy en guerra con nadie. No hay malos ni buenos. Simplemente hay personas que no piensan como yo; en las que el bien y el mal en su interior están en guerra, eso se cierto, y a veces vence en ellos el mal, no tienen escrúpulos o buscan su propio interés. Pero esos tampoco son mis enemigos.

Jesús murió abrazando desde la cruz a los que lo mataban. Murió perdonando a los que lo insultaban. Esa forma de vivir y morir es la que a mí me desconcierta.

Yo en seguida hago grupos, distinciones. Clasifico a las personas. Buenas y malas. Agradables e insoportables. Los que son como yo y los que son totalmente distintos. Los que no hacen lo que yo quiero y los que me ofenden u odian.

Pienso que los demás están mal y yo bien. No hacen lo correcto y yo sí. Me defiendo, me protejo, me escondo. Me da miedo que me hagan daño.

Leía el otro día: “La llamada al amor siempre es seductora. Seguramente muchos acogían con agrado su mensaje. Pero lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos. Amar al enemigo es, más bien, pensar en su bien, hacer lo que es bueno para él, lo que puede contribuir a que viva mejor y de manera más digna”[1].

En el reino de Jesús no hay enemigos. Se construye la paz. Sé que en la fuerza de su amor soy capaz de amar a los que no son como yo, a los distintos. Pensar en su bien. Alegrarme con su alegría.

Me parece imposible. Sobre todo, si he sufrido el mal en mi carne y el rencor me duele. Las categorías del reino de Jesús son otras. No son las mías.

Comenta el papa Francisco: Otra manera para amar a tu enemigo es esta: cuando se presenta la oportunidad para que derrotes a tu enemigo, ese es el momento en que debes decidir no hacerlo”. Una forma de construir perdonando.

El perdón es signo del amor de Jesús. Un amor que parece imposible llevado a ese extremo. ¿Cómo puede perdonar alguien mientras muere?

Mi corazón se rebela contra la injusticia. Me duele tanto el mal, el odio, el dolor de los hombres, el dolor que me causan. El desprecio y la difamación.

Me cuesta aceptar el sufrimiento no merecido. Me parece intolerable. ¿Cómo puedo cambiar el corazón para perdonar al que me hace daño?

Me gustaría tener el reino de Jesús en mi interior. Ser capaz de acoger al que no piensa con mis criterios. Al que no comparte mis puntos de vista. Al que no me ama como a mí me gustaría.

La Iglesia no tiene enemigos. Tampoco los tuvo Jesús. Los que odian la Iglesia, los que persiguen a los cristianos, los que no aman a Jesús, no son mis enemigos. No vivo en guerra con ellos.

Entender esta forma de ser cristiano no es tan sencillo. No es una guerra. Vengo a sembrar la paz, a unir los corazones.

Especialmente pienso en aquellos que están más alejados. Como Saulo antes de llegar a ser Pablo. Jesús lo abrazó en el desierto.

Así quisiera abrazar yo al distinto, al que tiene odio en su alma, al que sufre por su propia herida y por eso hiere y ataca. Esa paz es la que necesita mi alma. Quiero ser un pacificador y no un hacedor de guerras.

[1] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

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