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Los Rosell son una familia atípica: Carmen y Óscar viven en medio del campo, cerca de la ciudad española de La Seu d'Urgell, en una gran casa llena de niños de entre 5 y 18 años, algunos biológicos y otros adoptados y acogidos.
Son creyentes, cristianos comprometidos en una Iglesia evangélica. Él trabaja como pediatra y ella, en casa full time.
La entrevista al matrimonio fue todo un reto. A esta pareja le resulta difícil dedicar un rato a una larga conversación en su día a día de vértigo.
Cuando conseguimos encontrarlo, mientras hablaban no quitaban ojo a los niños y entre sus profundas reflexiones se mezclaban las recomendaciones y mediaciones para poner paz en medio de pequeñas peleas infantiles. ¡Pero lo logramos!
Describid a vuestra familia...
Somos una multitud. Hemos ido formando una familia con los que han ido llegando. Primero los que nacieron y después una mezcla de los diversos tipos de personas que han ido llegando. Para nosotros lo importante es la fe en Cristo.
¿Cómo se gestiona esto?
Los dos somos por naturaleza ordenados y nos gusta que haya orden en la convivencia también. Desde que tuvimos la primera hija, yo madre intento estar en casa con ellos. Es una decisión que tomamos cuando nos casamos.
No me lo tomo como un sacrificio. A mí me gusta más estar en casa. Lo veo como una labor creativa: desarrollas psicología, empresa,...
Claro que hay momentos de tensión, pero me gusta educar a los niños, es una tarea muy interesante, cada niño es distinto.
Yo tuve el ejemplo de mi madre, que era muy creativa y también desarrollaba su tarea con los vecinos, en la Iglesia,...
Y de hecho, todas mis hermanas, aunque tenemos estudios universitarios, hemos optado por quedarnos en casa. Si llegara el momento en que no tuviera que hacerlo, me buscaría algo.
¿Por qué habéis tenido hijos?
Nos gusta tener hijos. Es bonito porque son el futuro, y creemos que una de las tareas más importantes es educar a los que mañana serán los adultos. Probablemente sea la inversión más bonita que tenemos, las demás son más materiales.
Es una aventura que no sabes cómo acabará, tiene su desafío. La esperanza es que ellos después puedan reproducir en sus vidas valores correctos para nosotros, cristianos.
Después de cuatro hijas biológicas, empezáis los procesos de adopción y acogida. ¿Cómo surgió la idea?
Primero pensamos en acoger porque veíamos una necesidad. Pero después vimos que realmente queríamos un hijo "nuestro".
Queríamos ser padres para niños que no tuvieran familia. No tanto porque sintiéramos la necesidad de tener más hijos, sino porque teníamos algo para dar y veíamos que había mucha necesidad en el mundo.
Pensábamos ir a Etiopía porque el tiempo de espera para adoptar un niño de ese país era más corto, pero nos presentaron la posibilidad de adoptar un niño aquí con algún problema físico. Y dijimos que sí.
Nos evitaría viajes, sería más sencillo, y no tan caro. Abrirnos a niños con necesidades especiales agilizó el proceso.
Y apareció un niño de dos meses y medio que parecía que sufría una sordera, aunque al final resultó que no, que estaba sano.
Todo fue muy rápido. Tuvimos una sensación curiosa porque nos avisaron sólo un fin de semana antes y de repente tienes un niño y tienes que prepararlo todo.
El siguiente proceso fue parecido. Mientras intentábamos acoger un niño, porque queríamos cubrir las necesidades que hubiera, nos llamaron para adoptar a una pequeña de diez meses, que estaba grave.
Pasamos una semana de acoplamiento y nos la llevamos a casa. Los trámites tardaron mucho, pero la teníamos en casa.
En seguida que acabaron empezamos a mirar procesos de acogida, a formarnos. Y mientras tanto la niña requería una atención todo el tiempo que estaba despierta.
Nos daba un poco de miedo meternos en algo complicado pero lo intentamos superar. Había una necesidad, había personas con problemas más grandes que los nuestros.
Nos animó mucho la visita a casa de una familia que acogía, a personas de todas las edades, y no miraban tanto si encajarían o no.
¿Qué os preocupaba?
No es que nosotros podamos con cualquier situación, pero nuestro miedo mayor era por los hijos que ya teníamos.
Oyes muchas historias de cómo los "nuevos" han complicado la vida de los demás. Tenemos amigos que al acoger, habían visto sufrir a los demás.
Pensábamos especialmente en nuestras hijas mayores. Realmente tendrían que sacrificarse: los pequeños hacen mucho jaleo, disminuye la atención de los padres a cada una,...
Les preguntamos y ellas temían por nosotros. Pero confiábamos en Dios, Él nos ayudaría. No porque nos sintiéramos capaces y fuertes para hacerlo sino porque sabíamos que si abríamos las puertas, Él nos ayudaría.
Era una decisión que dejábamos en sus manos. Pensamos que los cristianos hemos recibido mucho y estamos para dar lo que hemos recibido.
Una de nuestras maneras de dar (no es la única) es cuidar de nuestros hijos y de niños que lo necesitan. La vida es mucho más que vivir, tener una casa, un trabajo y una carrera universitaria asegurada para tus hijos.
¡Sois una rara avis!
La gente nos dice: ¿por qué os metéis en más líos? A veces nuestra propia familia lo ha pensado o nos lo ha dicho: ¿no tenéis bastante?
Pero no es una cuestión de tener la vida fácil. No estamos aquí para eso, sino para servir, pero no por obligación, sino que hemos recibido mucho y queremos dar de lo que hemos recibido. Y esta es nuestra manera de dar.
También sentimos satisfacción. Pero no lo hacemos por necesidad emocional, sino por deseo de servir.
¿Cómo han encajado los niños biológicos, adoptados y acogidos?
Las mayores se implican, ayudan. Esto tiene dos partes, para ellas. La parte bonita, positiva: aprenden a compartir, tolerancia, diversidad, servicio,... y la parte de sacrificio: tenemos menos tiempo para ellas, hay más ruido en casa, no podemos hacer muchas actividades por falta de tiempo y dinero,...
Pero intentamos ser nosotros los que llevamos la responsabilidad. Nunca delegaríamos en nuestras hijas responsabilidades que son nuestras.
Por ejemplo, evitamos que tener que quedarse en casa cuidando a los hermanos pequeños les impida hacer alguna actividad.
Intentamos que todos hagan su parte, también los pequeños, cada uno a su medida. Los mayores no cuidan a los pequeños, aunque alguna noche les hemos pedido quedarse en casa mientras hemos salido.
De momento están muy contentas de tener más hermanos. No sabemos cómo será más adelante. Los adoptados y acogidos todavía no han llegado a la adolescencia. Esto se supone que será más difícil.
Sin estos tres pequeños, la vida iría sobre ruedas, sería más cómoda porque las mayores ya están criadas. Los pequeños llevan sus heridas y se desestabiliza mucho el ambiente familiar.
Por ejemplo esto se nota en los momentos de prisas por las mañanas cuando se van al colegio. Siempre salen cositas, pero creemos que es bueno afrontar situaciones difíciles, vale la pena.
Y hay momentos para disfrutar. El hecho de vivir en el campo y saber que no molestas a nadie ayuda.
La discapacidad de una de ellas crea estrés, pero a la vez nos va formando como personas: cuando los hijos se encuentren con una persona discapacitada no será algo extraño para ellos.
También nos ayuda a la paciencia... pero como estamos en época de crecimiento todavía no vemos los resultados.
Nos ayuda la frase de Henri Nouwen: No podemos atribuirnos ni todas las virtudes de nuestros hijos ni tampoco todos sus defectos.
Esto nos libera un poco: lo hacemos todo lo mejor que sabemos y el resultado se lo confiamos a Dios.
¿Es diferente la paternidad biológica, la adopción y la acogida?
Es verdad que los adoptados vienen con otros genes, a veces difíciles, pero no te das cuenta. Unos han nacido del útero y otros del corazón.
La acogida es diferente porque no es un hijo. Nosotros lo cuidamos y lo trabamos como a un hijo, pero él tiene sus padres.
En nuestro caso, él quiere ser nuestro hijo. Un día uno de ellos me preguntó: ¿Quieres más a este otro que a mí? Pero yo no estoy pensando: a este le quiero hasta un 2, un 5 o un 10. Sencillamente le quiero y punto. No me pongo a medir diferencias.
¿Qué sueños teníais para vuestra familia cuando os casasteis?
Queríamos una familia numerosa. Tampoco queríamos hacer grandes cosas en esta vida: nos hacía ilusión ser padres y cuidar una familia. Y cuidar a los hijos y poder ayudarles a reproducir a Jesús en ellos.
Este es nuestro sueño: que se pueda ver a Cristo en sus vidas, los valores del Reino de Dios: el servicio, el amor a los demás, y la confianza en Él.
Más importante para nosotros que el hecho de que adquieran un alto nivel de estudios, es que salgan con un carácter de valores. Lo demás es secundario.
¿La realidad ha sido distinta con el paso de los años?
Una cosa que quizás ha sido diferente a lo que soñábamos y que hemos aprendido ha sido la aceptación. Como han venido hijos con dificultades psíquicas, hemos aprendido a aceptarlos tal y como son. Esto nos ha ayudado a comprender cómo Dios nos acepta. Hemos aceptado a los niños con todas sus limitaciones.
Como no teníamos sueños tan específicos, se han ido abriendo. Tenemos una familia unida, hijos útiles con valores,...
Como padres estamos educando a nuestros hijos, nuestra tarea es amarlos, más que cambiarlos. Después el cambio esperamos que llegue, por el amor y el afecto, pero el caballo está antes que el carro.
¿Qué es lo que más valoráis de vuestro matrimonio?
Que tenemos buena relación, buena amistad. Creemos que lo que nos ha ayudado mucho es que hemos entregado todo a Dios desde el primer momento, que intentamos solucionar las cosas cada día y que los dos tenemos ganas de crecer y de cambiar lo que hay que mejorar.
Tenemos ideas parecidas respecto a la educación de los hijos, a lo que es importante, los valores,... Por ejemplo: no queremos acumular, ser ricos.
En otras cosas somos muy distintos, pero en lo importante vamos en la misma dirección. Desde el inicio decidimos multiplicar, no estar siempre confrontándonos y luchando entre nosotros, sino usar lo que somos no sólo para sumar sino para multiplicar.
Y cuando surgen conflictos nos ayuda mucho la relación con Dios. Como dice el proverbio, el amor cubrirá multitud de faltas.
¿Rezáis juntos?
Sí: en las comidas, cuando surge una necesidad concreta, y algunas tardes nos juntamos a rezar en familia. Como matrimonio nos proponemos pasar tiempo junto paseando y rezando una vez a la semana. Y por las mañanas también rezamos un momentito al despedirnos.
¿Cuáles son ahora vuestras luchas?
Encontrar momentos de descanso, ¡que es difícil! También resolver los conflictos entre los niños, enseñarles a no pelearse.
Y permanecer en calma cuando surgen. Porque los conflictos estarán, se enfadarán. Por las mañanas, cuando vas por la octava protesta, necesitas una fuerza superior.
También ayudar y acompañar a las hijas mayores. A veces tenemos la sensación de que no llegamos a todo, pero en el fondo sabemos que sirve para que aprendan, que no pasa nada si tienen que hacer las cosas por sí mismas, y les enseña a ser menos egoístas.
¿Qué les diríais a los padres que tienen dificultades con sus hijos?
Que busquen otras personas para compartir experiencias. Las dificultades estarán, pero al conocer a otros ves que es normal, que no eres tú quien lo está haciendo tan mal.
Si se trata de hijos que están desestabilizando a la familia, también buscar ayuda profesional. Y estar alerta para que se respeten y traten bien.
También no asustarse del rechazo porque a veces su dolor contra ti, que muestran con insultos, es más bien un dolor contra sus problemas, por cosas que han hecho sus padres biológicos, o por el rechazo.
Hay que saber ver más allá de este dolor que llevan dentro -no es contra ti, sino contra la situación-, y saber quererlos sin que te correspondan, a veces.
Si los padres no saben que la agresividad puede ser normal y que no es contra ellos, a veces no tienen la fuerza para seguir o piensan que les ha tocado algo muy difícil. Hay que saber que en el fondo los niños necesitan que los quieras.
¿Qué futuro buscáis?
Que los niños sanen emocionalmente. Que puedan desarrollarse en un hogar que los quiera. Cada niño viene con sus problemas, no tenemos grandes aspiraciones sobre que lleguen a ser grandes a los ojos de la sociedad.
Vienen con muchas heridas, mucha "mochila". Sencillamente que se sientan queridos y puedan desarrollarse.
Y por supuesto, que conozcan a Dios, que abracen la fe en Cristo, y esto es algo que sabemos que no podemos imponer, sino sencillamente dejar que vean en nosotros el reflejo del amor de Cristo y ellos decidan.
Y si no sanan, pues hemos puesto nuestra parte, no es tiempo perdido. Lo que más anhelamos, con diferencia, es que reflejen a Jesús en sus vidas: esto incluye la salud emocional, espiritual, social,... lo demás es accesorio.
Y esto es algo que nosotros no podemos producir o fabricar. Nosotros apuntamos, ayudamos, damos ejemplo, afecto, amor, pero no los podemos cambiar, lo tienen que decir ellos.
Es una aventura, y como toda aventura produce inquietud. Es un reto, nos hace más humildes, pero esperamos en Dios.
Vivimos en un mundo roto con personas rotas y hay que aceptarlas en su ruptura. No cambiaremos el mundo pero ayudaremos a amar.
Más adelante hemos pensado tener más niños en acogida, pero quizás tendríamos que compartir la misión con otro matrimonio que viviera aquí.
Estamos abiertos a aumentar la familia, según vayamos viendo. Las hijas mayores irán marchándose e irán quedando lugares vacíos. Es un proyecto de vida y de servicio.
Se les olvida explicar que, además de hijos, acogen en su casa visitantes, actividades, grupos...¡hasta campamentos infantiles! Y te sientes demasiado bien como para no volver.