Después de varios meses de hacinamiento, a la intemperie, sin protección sanitaria y aguantando hambre, centenares de venezolanos que huyeron a Colombia fueron reubicados en un albergue de paso
Después de que se asentaran en una zona aledaña a la Terminal de Transportes de Bogotá, más de 400 hombres y mujeres que llegaron de diferentes lugares de Venezuela a la fría capital colombiana aceptaron ir a un centro en donde vivirán temporalmente y con algunas ‘comodidades’.
La decisión de salir voluntariamente de un lote abandonado conocido como El Bosque no fue fácil para ninguno de ellos ya que, en ese lugar, al lado de una congestionada vía, establecieron una especie de hermandad que se convirtió en un serio problema para las autoridades bogotanas. “Tan pronto nos bajamos de un bus que nos trajo de Cúcuta o de la Guajira, huyendo del régimen de Maduro, ese fue el primer punto de acogida que tuvimos al llegar a Colombia”, recuerda entre risas Gilberto Rondón, un joven que vivía en Peñalver, un pueblo del estado de Anzoátegui.

Allí, hombres y mujeres, niños y ancianos, profesionales e iletrados, dormían en el suelo, se protegían del frío en casuchas construidas con plásticos, cocinaban en ollas rudimentarias, huían de las ratas, convivían con basuras y lavaban sus escasas ropas —regaladas por colombianos generosos— en el maloliente caño San Francisco.
Su presencia, contó un policía a Aleteia, “era un problema porque no podían dormir en los pisos y bancas del terminal de buses ni adelantar actividades laborales en un lugar que no les pertenecía”. Además, por la gran cantidad de niños, existía el riesgo de que se propagaran epidemias como varicela y sarampión, una situación que obligó a la Secretaría de Salud de Bogotá a emprender campañas de vacunación.