La clave está en aprender a amar al otro como le llega el amorLa famosa regla de oro “trata a los demás como te gustaría que te traten” es bien conocida y funciona bien en un nivel básico como cuando visitas a un amigo que está enfermo porque querrías el mismo tratamiento si te enfermaras.
Sin embargo, la medida de hacer o dejar de hacer algo por los demás según esta regla se realiza en función de uno mismo; lo que le parece bueno y la manera en que uno se siente amado y respetado asumiendo que el otro se sentirá igual. Pero la verdad es que no todo lo que queremos, el otro debe quererlo también.
Aristóteles definía el amor como el querer hacer el bien al otro “en tanto otro”. Esto significa amar no desde lo que uno supone o imagina que le conviene al otro, sino desde lo que realmente le conviene, lo promueve y plenifica.
Hay una necesidad de ser objetivos en el amor. No solamente proyectar lo que pensamos que para el otro es su bien, sino verdaderamente conocerlo y amarlo como se siente amado para “amarlo como le llega el amor”.
Esto es lo que se conoce como la regla de platino. La medida de nuestras acciones dejan de poner el foco a uno mismo para “tratar a los otros cómo les gustaría ser tratados”; lo que implica buscar y descubrir cómo los otros se sienten amados llevando las relaciones a un nivel más alto.
Es clave que quien ama se haga experto en el amado y pueda identificar lo propio de esa persona: su personalidad, sus talentos y gustos, para así ayudarla a desarrollarse en la línea de lo propio. De hecho, el desafío del buen amor es tratar al otro como te gustaría que te traten “si fueras esa persona”.
¿Tenemos que preguntarle al otro qué es lo que realmente quiere, le gusta o necesita? Si queremos amar mejor, preguntarle a nuestros seres queridos sobre sus preferencias desde cosas mundanas hasta cosas realmente importantes, puede hacer una gran diferencia.
Para amar hay que ser objetivos: mirar la realidad única de aquella persona y ayudarla a desarrollarse desde esa realidad de su ser personal. Hay que “dejar ser” al otro, “recibir o aceptar su modo de ser”, “llenarse de su ser” para así conocerlo y poder promoverlo.
De la misma manera, es bueno recordarle lo que realmente necesitamos y deseamos. No siempre podemos esperar que el otro nos adivine. Tampoco se trata de quejarse o controlar, pero la comunicación es una herramienta fundamental para el amor y, cuanto más efectivos seamos en usarla más posibilidades tendremos de vivirlo.