Una densa capa de polvo envuelve la ciudad de Alepo, última etapa de nuestro viaje en Siria, tanto que cubre el sol. Arena y polvo que, según algunos, provienen del este, de los escombros, y hacen que el aire sea irrespirable, casi queriendo asfixiar nuevamente esta ciudad tan dolorosamente atormentada y que desde hace un año ha vuelto a respirar.
De hecho, la vida ha regresado a Alepo, en muchas partes se ven importantes trabajos de reconstrucción y algunas tiendas han vuelto a abrir. También reabrió la antigua Ciudadela recientemente, orgullo de la ciudad que fue un destino popular para turistas de todo el mundo. Buenas noticias, porque hasta hace poco este lugar era una guarnición militar: desde esta colina, unos cincuenta soldados resistieron el inexorable avance de los milicianos del ISIS que ya habían invadido la parte oriental de Alepo y los habían rodeado por todas partes.
“Si hubiera caído la Ciudadela habría sido el fin, porque de aquí parten una serie de túneles subterráneos que se ramifican por toda la ciudad y llegan a todas partes”. Nos lo cuenta Yorgo, mientras subimos por las ruinas antiguas detrás de una fila de niños que van a la escuela; también esto es una novedad estos días. Yorgo es el técnico responsable de la coordinación de los proyectos de distribución de paquetes alimentarios y medicinales, apoyado por ATS pro Terra Sancta en la parroquia de San Francisco en Alepo en el barrio de Azizieh. Una actividad que ha ayudado a muchas familias durante los años duros del conflicto y que sigue apoyando a alrededor de 12.000 personas cada mes.
Yorgo también se ha beneficiado de uno de los muchos proyectos de ATS en Alepo, en estos ocho años de guerra. “Había perdido todo, nos cuenta. No teníamos más agua y poquísima comida. Me habían dicho que en la parroquia de los franciscanos se distribuía agua de los pozos, y así fue como me dirigí a ellos. Desde ahí empezó mi historia junto a los franciscanos y a ATS”.
Aquel día Yorgo se encontró con fray Ibrahim Alsabagh, el párroco de la iglesia de San Francisco en Alepo Azizieh que le pidió seguir la logística de los proyectos que estaban en marcha. “Me salvó la vida, literalmente”, nos dice, “antes de la guerra tenía una cadena de negocios de antigüedades, viajaba por todo el mundo para recuperar muebles y objetos antiguos, pero de un día para otro me encontré sin nada: me rompieron los negocios y me robaron todo. No tenía trabajo y mi familia y yo teníamos hambre”. Yorgo está realmente agradecido, lo demuestra su incansable disponibilidad y su gran trabajo. “Créanme – nos repite continuamente – sin ustedes nosotros cristianos ya no estaríamos aquí”.
Mientras tanto, llegamos a las murallas de la ciudadela, cubiertas con puestos militares hechos de bolsas de yute y mantas y rodeados de contenedores de metal, el suelo todavía cubierto con una alfombra de casquillos y morteros. No es difícil imaginar a los soldados estacionados aquí durante dos años sin poder salir, provistos de comida y municiones por un helicóptero una vez al mes. Pero lo que me impresiona más es la vista que se presenta ante nuestros ojos cuando nos asomamos por una de las posiciones sobre las columnas: en el horizonte solo escombros y escombros. Los miramos en silencio, mientras el polvo parece elevarse realmente desde ahí, de los condominios, hoteles e incluso mezquitas destruidas.
“Se necesitarán más de 20 años para reconstruir este desastre“, nos dice Yorgo. Y se necesitará todavía más para reconstruir los escombros de una humanidad herida, esos que cada hombre, mujer o niño aquí lleva por dentro. Sobre todo los niños, como el pequeño Hani de seis años, que hace un mes intentó suicidarse.
“Son más de cincuenta casos que seguimos de muchachitos como él, que padecen depresión infantil debida al conflicto”, explica Binan, psicóloga y coordinadora de las actividades del Terra Sancta College, la estructura de los franciscanos (apoyada por ATS pro Terra Sancta en colaboración con MISEREOR) que visitamos por la tarde.
Aquí se ofrecen diversas actividades orientadas a la formación, desde el juego hasta la asistencia psicológica para 250 niños necesitados. “No existe una estructura similar en ninguna otra parte en Alepo, pero pienso que ni siquiera en toda Siria” continúa Binan, “y estoy agradecida de poder participar junto a los frailes en esta iniciativa tan importante sobre todo en este momento”.