Finalmente, se produjo el resultado cantado por los sondeos. A pesar de la comprensible reducción de distancia en la recta final con el candidato que le llegaba más cerca, el ultraderechista Bolsonaro es el presidente electo de Brasil con un claro amplio margen a su favor.
En Brasil la explicación salta a la vista de cualquier observador medianamente agudo: mucho tiempo en el poder termina corrompiendo y el país estaba hastiado del PT. Más allá, el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, consideró que el triunfo del «populista de ultraderecha» Jair Bolsonaro se debe a lo que llamó “fatiga democrática”.
En el terreno político, la sociedad occidental ha desplazado al marxismo y la izquierda como alternativas de gobierno, de cultura y de organización de la sociedad. Otro tanto, después de las fracasadas experiencias de Cuba, Nicaragua y Venezuela, ocurre en América Latina. Pero lo de Bolsonaro representa mucho más que la derrota de la izquierda en Brasil, así como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos fue algo más que la victoria de un conservador contra un “progresista”. En el caso de Bolsonaro, es una expresión de esa genética autoritaria que pervive en Brasil desde tiempo imperiales que nunca han pasado totalmente.
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