Entierra el educador digital cenizo que llevas dentro. Para educar en Internet hay que ser positivos
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“Mira Juan, yo ya he hablado seriamente con mi hija, y le he dicho que ni sus amigos de Facebook ni sus seguidores de Instagram son realmente sus amigos. Que tener amigos es otra cosa muy diferente”, me dijo Carmen muy convencida. “Pues muy mal hecho, Carmen”, tuve que replicar yo.
¿Por qué “mal hecho”? Porque el mensaje era negativo, triste, reactivo. Adjetivos de los que tenemos que huir como de la peste cuando queremos educar.
Hay un sesgo muy arraigado que tenemos padres y profesores a la hora de educar: el de fijarnos en lo que no marcha, y dar mensajes negativos. Este sesgo es muy natural: cuando las cosas van bien normalmente ni nos damos cuenta. Si vas a una conferencia y el micrófono funciona, la temperatura es adecuada, y las butacas son cómodas, ni siquiera te das cuenta, porque asumes que es lo natural. Sin embargo, cuando el micrófono hace ruido, el aire acondicionado está muy fuerte o la silla es incómoda dichas “disfunciones” focalizan tu atención.
Con la educación, y especialmente con la educación en Internet, sucede lo mismo. Nadie repara en lo increíble que es que el email funcione, que podamos consultar noticias en una web o que nuestra hija adolescente pueda escribirnos un whatsapp para decirnos que ha llegado bien a la fiesta (o que vayamos a sacarla de ese tugurio). Por el contrario, prestamos atención a lo que no va, y tendemos a arreglarlo emitiendo mensajes negativos: “Tus amigos de Facebook no son tus amigos”; “Deja ya el móvil”; “Estás viciado”; “Fornite te ha vuelto idiota”; “Maldita videoconsola”; “Cuidado con el porno”; “No subas fotos en bañador”; y un largo etcétera.
Pues bien, para educar eficazmente en Internet hemos de deshacernos cuanto antes de ese sesgo negativo. Los mensajes negativos no motivan a nadie. No son ilusionantes, y normalmente son cansinos.
Cuando reprendes o sermoneas a tu hijo sobre el mal uso que hace del móvil o de Internet, la reacción que debes esperar es la de una externa sumisión bovina acompañada del pensamiento “a ver cuándo mi madre corta el rollo y puedo volver a mirar mi teléfono”.
Tenemos que cambiar de estrategia, y pasar a hablar en positivo. No estoy sugiriendo cambiar los mensajes, porque lo que está mal está mal, y habrá que cambiarlo. Mantengamos los ingredientes, pero cocinemos mejor los mensajes, para que en lugar de parecer rollitos indigestos resulten atractivos, apetecibles, suculentos.
Volvamos a mi amiga Carmen y las “amigas digitales” de su hija. Primera pregunta que debería hacerse Carmen: ¿mi hija tiene amigas “reales”? Si la respuesta es que sí, el mensaje negativo sobre sus “falsas” amigas de Facebook e Instragram es totalmente prescindible. Si la respuesta es que no tiene amigas, en lugar de darle un speech sobre la verdadera amistad, Carmen podría hacer alguna de las siguientes cosas:
a. Preguntar a su hija si quiere apuntarse a clases de baile;
b. Animarle a organizar un cumpleaños en casa con la gente de su clase;
c. O (si Carmen es una verdadera valiente) irse a cenar con su marido y dejarle la casa a su hija para que organice una fiesta con sus amigos.
Son formas más originales de solucionar el problema “no amigas”, que son ilusionantes y positivas. Evidentemente, suponen más esfuerzo y riesgos que la opción del discurso solemne, que tan bien preparado solemos tener quienes educamos. Pero probablemente son mucho más eficaces.
Pienso que esta estrategia debería guiar cualquier consejo que demos para educar en Internet:
- ¿Te preocupa que tu hijo pasa muchas horas jugando a videojuegos? Tendrás que contarle que hay cosas mucho más apasionantes, y demostrárselo con tu ejemplo.
- ¿Tu hija no es capaz de estudiar sin distraerse con el móvil? Habrá que hablarle de lo satisfactorio que es sacar buenas notas, poder ayudar a sus compañeras y pasar un verano sin libros (de texto, se entiende).
- ¿Tu hijo participa en dinámicas de bullying o es testigo mudo de las mismas? Háblale de valentía, de dar la cara por los débiles, de personalidad.
A veces, los mensajes negativos son necesarios. Para educar hay que poner reglas, advertir de los peligros, saber decir que no y, llegado el caso, también castigar. Pero sobre todo hay que ilusionar a los niños con sacar la mejor versión de sí mismos, con “llegar a ser quienes son”. Y esta ilusión se siembra casi siempre sonriendo, emitiendo mensajes esperanzadores y pasándolo bien juntos.
Entierra el educador digital cenizo que llevas dentro, y por cada NO que vas a tener que pronunciar, proponte desde ahora decir, por lo menos, diez o doce SÍES.
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