Son preguntas que se abordan a menudo en las revistas femeninas, pero las respuestas son decepcionantes o francamente penosas. Se jactan de un “derecho” a un jardín secreto, se incita a la mentira para evitar el conflicto, se ensalza una cultura del secreto que beneficiaría la libido… Resumiendo, nada muy inspirador.
Nada se dice de la necesidad de discernir, del diálogo desde la verdad, de la posibilidad de un jardín secreto o de un mundo interior privado que sea diferente de un revoltijo de mentiras. Aleteia ha buscado respuestas más satisfactorias con Emmanuelle Bosvet, consejera matrimonial en Cabinet Raphaël, un despacho cristiano fundado hace más de veinte años, cuya vocación es cuidar de las parejas y las familias que les necesiten.
Dos actitudes extremas: Decirlo todo y no decir nada
Emmanuelle Bosvet invita primero a identificar dos extremos en la relación conyugal que son también escollos:
La fusión absoluta
Hace de la transparencia la garantía de un amor verdadero, como si decírselo todo fuera tanto prueba como certeza de un amor auténtico. La fusión tiende a la hipercomunicación: todas las parcelas de la vida se hablan, se comparten, ser revelan al cónyuge, que se convierte así en confidente exclusivo.
Aunque este modo de comunicación es frecuente y normal al principio de una relación, en la medida que responde a una etapa necesaria de la construcción de la pareja, no tiene vocación de durar. Se corre el riesgo de asfixia y de pérdida del deseo, porque “el deseo se alimenta en parte del misterio”, recuerda Emmanuelle Bosvet.
El misterio cuidadosamente mantenido
Provocar el misterio, cultivar el secreto, con el objetivo de aguzar el deseo o de avivar la llama. Cada uno vive su vida por su lado, no comparten sus experiencias, en la suposición de que la ausencia y el secreto fortalecen el amor. Algunos dirán que el misterio actúa incluso como motor de la libido. El riesgo aquí es, ciertamente, el de convertirse en perfectos desconocidos.
El otro es terreno sagrado
En la tentación de contarlo y compartirlo todo está el deseo de conocer perfectamente al otro. Sin embargo, “el otro será siempre un misterio”, observa Emmanuelle Bosvet. Nunca se puede conocer por completo a una persona. No podemos decir que conocemos a nuestro cónyuge “tanto como él/ella a sí mismo”, porque eso no es posible.
El otro cambia, evoluciona, desarrolla otros deseos, otras prioridades… Además, afirmar que conocemos como la palma de nuestra mano a una persona es encerrarla en un yugo y arrebatarle cualquier posibilidad de evolución.
Delicada definición del jardín secreto
“Estoy lejos de contárselo todo a mi marido, pero no hago nada que no pudiera contarle”, confiesa una mujer a la consejera matrimonial. Esta es una forma de designar los límites del jardín secreto, del espacio personal privado de cada uno.
No se trata de ocultar o de mentir, sino de guardarse las impresiones, sensaciones, deseos o sufrimientos que todavía no estamos preparados para compartir o que no aportan nada a la relación.
El mundo secreto es también un lugar de actividades personales donde cada uno existe independientemente el otro. Aunque no contemos todo al cónyuge, estos momentos “a solas” nutren la pareja porque “lo que yo vivo en mi individualidad alimenta a la relación”, destaca Emmanuelle Bosvet.
Cuando los pacientes dudan y terminan por plantear la pregunta a Emmanuelle: “¿Debería decirle a mi cónyuge que me he enamorado de otra persona?”, la consejera matrimonial exclama: “¡Pero mucha gente se enamora! ¡3 veces, 5 veces, 10 veces en la vida! ¡Y estando casadas! Enamorarse no es algo que se pueda controlar. En cambio, lo que es más importante es qué hacemos al respecto”, destaca.
En cuanto a valorar si conviene contarlo o no al cónyuge, Bosvet invita a preguntarse sobre la utilidad de la confesión: ¿aportaría o no algo a la relación?