Algunos hechos sorprendentes en la vida de Pedro María Ramírez Ramos, el padre colombiano asesinado a machetazos en 1948, son considerados por sus devotos como ‘Diosidencias’, ya sea porque no tienen explicación humana o porque la fe popular los atribuye a una manifestación divina
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La palabra ‘Diosidencia’ es de reciente formación y aunque no figura en el Diccionario de la Real Academia Española, con frecuencia es empleada por creyentes de diferentes confesiones cristianas para referirse a hechos extraordinarios o coincidentes alrededor de personas o comunidades y que por su singularidad muchos atribuyen a la acción de Dios.
En el caso de Pedro María Ramírez Ramos, el sacerdote declarado beato por el papa Francisco durante su visita a Colombia el año pasado y cuya fiesta oficial se celebra este 24 de octubre, Aleteia seleccionó nueve ‘Diosidencias’ que llaman la atención de la gente de fe, pero también de los no creyentes.
La primera de ellas está conectada con el bautizo de Pedro María el 24 de octubre de 1899, en La Plata, Huila, al sur de Colombia y el proceso vaticano que empezó en 1997 y condujo al reconocimiento del martirio. En los días de finales del siglo XIX el pequeño recibió el agua, el aceite y la luz bautismales de manos del sacerdote trinitario español fray Cayetano de las Maravillas. 102 años después, en Roma, otro trinitario español, el padre Antonio Sáez de Albéniz, asumió la postulación de la beatificación del Mártir ante la Congregación para las Causas de los Santos.
Otra inusual coincidencia ubica al clérigo entre los pueblos que marcaron su nacimiento y su muerte. El patrono de la La Plata, su lugar de origen, es san Sebastián, mártir romano asesinado a flechazos y azotes por orden del emperador Maximiano. Por su parte el patrono de Armero, el español san Lorenzo, también fue asesinado por otro emperador romano, Valeriano, quien en su guerra contra los católicos ordenó quemarlo vivo en una parrilla. Los dos santos, como Pedro María, murieron por la fe, perdonando a sus asesinos y alabando a Dios.
El 10 de abril de 1948 —festividad de san Ezequiel, profeta y mártir antiguo que atacó la idolatría y profetizó la destrucción de Jerusalén— Pedro María, en la única misa que presidió ese día, vistió los ornamentos litúrgicos de color rojo que representan el fuego y la sangre derramada por Cristo y los mártires. Horas después fue golpeado, macheteado y humillado por una turba de hombres y mujeres que celebró su muerte como una fiesta.
Durante la eucaristía de esa mañana leyó dos sorprendentes fragmentos de la Biblia referidos a la vida, la muerte y el valor. El primero, un Salmo que dice: «Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». El segundo, el pasaje del Evangelio de Juan en el cual Jesús, flotando sobre embravecidas aguas, les dice a sus apóstoles: «Soy yo. No tengan miedo». En las horas siguiente Ramírez Ramos permaneció sin miedo junto al Santísimo, fortaleciendo con la comunión a las monjas que le ayudaban en la parroquia y protegiéndolas de hombres que querían asesinarlas.
El obispo de Ibagué, Rodríguez Andrade, además de mentor y protector, tenía idéntico nombre de pila al del cura: Pedro María. Esta homonimia ayudó a construir la perversa leyenda urbana de que el beato Mártir fue el autor de la maldición de Armero que en noviembre de 1985 ocasionó la avalancha que borró de la faz de la tierra a esa población. Investigaciones recientes establecieron que la maldición la profirió Pedro María, el obispo y no el cura.
En 1931 sus hermanos Luis Antonio y Eliécer y su sobrino Luis Enrique fueron los únicos familiares que acompañaron a Pedro María en la ceremonia de ordenación sacerdotal, en Ibagué, Tolima. 17 años después, en 1948 ―¡vaya diosidencia!― esos hermanos y el mismo sobrino regresaron al Tolima para recuperar en medio de grandes dificultades el cadáver del cura para darle cristiana sepultura.
Ramírez Ramos siempre quiso pertenecer a la Compañía de Jesús, aun después de su ordenación como sacerdote diocesano. Aunque la muerte cortó de tajo su deseo, una parte de su vida quedó sembrada en el sentimiento de los hijos de Loyola en Colombia ya que su hermano Leonardo se hizo jesuita en Roma. Además, poco antes de su sacrificio, ordenó que parte de sus bienes fueran entregados a los jesuitas.
También resulta muy ‘diosidente’ que Francisco, el primer papa jesuita de la historia, quien agilizó el proceso romano y pidió encabezar la ceremonia de beatificación de Ramírez Ramos, haya sido el encargado de proclamar mártir de la Iglesia al presbítero que quiso ser jesuita.
Otras coincidencias. En la familia Ramírez Ramos, además de los hermanos Pedro María y Leonardo, siete sobrinos estudiaron en seminarios jesuitas, vicentinos, salesianos y diocesanos. Por el lado femenino, cuatro jóvenes ingresaron a diversas comunidades de monjas y algunas vistieron los hábitos por largo tiempo. Conclusión de esta ‘diosidencia’: seis sacerdotes y cuatro monjas de la misma familia, un récord pastoral escaso en el mundo.
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* Apuntes tomados del libro El beato Mártir de Armero, escrito por el periodista Vicente Silva Vargas, y publicado por Cuéllar Editores en 2017.
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