Estaba en la cola para retirar su pasaporte. Pero esta portuguesa no se va de Venezuela. Aunque su esposo murió de cáncer por falta de tratamiento, sólo expresa gratitud a Dios porque le concedió tres hijos maravillosos “y 53 años y medio de matrimonio” por la Iglesia. Ama las hallacas, ama a la gente “bonchona”, ama a los venezolanos
Con lágrimas recuerda a su esposo, a quien vio partir sin retorno hace cuatro años, víctima de un cáncer que se lo arrebató en dos meses. Pero a renglón seguido sonríe tras señalar que Dios le concedió “53 años y medio de matrimonio y un legado insuperable: tres hijos” que hoy viven en su Portugal de origen.
En conversación con Aleteia, se declara venezolana; aunque esta Alicia no vive en el país de las maravillas, sino en la de la crisis humanitaria compleja, de la que a diario huyen miles… y en la que sobrevivir ¡es una verdadera proeza!
Se casó a los 15 años de edad con un muchacho que contaba apenas 18. Pero cumplieron con gusto el “sí quiero” que los unió “hasta que la muerte los separe”. Casados por la Iglesia, lograron un “matrimonio de verdad; ¡de esos que ya no existen!”, confiesa.
Juntos partieron a Venezuela, donde se establecieron en 1971. Ella cocinaba y él ayudaba en labores de jardinería en un edificio donde trabajó también como conserje. Los ahorros de ambos y la rigurosidad de un trabajo honesto les permitió abrir más tarde un kiosco, después una pequeña bodega y más tarde una panadería.
“Venezuela nos lo dio todo. La gente acá es muy bella. Es una pena que por unos pocos que se portan mal, la gente generalice. En este precioso país hicimos nuestra familia y aprendimos sus tradiciones, que ahora transmitimos en la comunidad portuguesa”.
“Es un país de mezclas y culturas. Es una nación que ama y se deja amar. Los venezolanos son gente abierta, que abraza, que comparte, que ama. ¡Son gente divertida y bonchona!”
“Yo no me iría de aquí, porque esta es mi tierra. Claro que puedo volver a Portugal, donde está buena parte de mi familia, pero los europeos somos más formales. Esa capacidad de abrazar y sonreír de manera tan particular es muy propia de Venezuela, por eso llevo mi gorra tricolor de siete estrellas con orgullo”.
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Hijos “blanco y negro”
Tiene tres hijos: dos color negros azabache, como su esposo, quien era “pelo malo”, como le dice con gracia por su cabello afro lleno de rizos; y uno blanco, quien le reprocha su color de piel, “porque no aguanta un par de horas” ante el sol intenso de las paradisíacas playas de la nación sudamericana…
Se siente agradecida con el país de arena clara y aguas transparentes. Habla con pasión y con nostalgia de la nación que les recibió sin problema por su acento, y sin cuestionamiento por el tan distinto tono que dio a cada uno de sus hijos.
“Son grandes profesionales”, dice con orgullo. “Y se formaron aquí, en esta tierra. Ahora son productores”, famosos además, en su natal Portugal, hace ya poco más de una década.
El mayor es vicepresidente de un importante consorcio de China con más de mil empleados en Lisboa. Con él habla seguido, y además de los saludos y la bendición le pide con cariño: “Hijo, ayuda a los venezolanos. Si puedes darle empleo a alguno, hazlo. Recuerda que somos inmigrantes. ¡Y esa vida es muy dura!”.
Se le quiebra la voz cuando habla de su esposo, pero no deja de sonreír tras asegurar que : “La vida es bella, muy bella, ¡sólo hay que saberla vivir!”. El secreto de su matrimonio, dice, es la comunicación: uno no puede acostarse sin antes haber hablado y dormir sin peleas.
“Se lo llevó el cáncer…”
Lo envió a Portugal hace cuatro años, en septiembre. Los efectos de la crisis, que conoce bien en primera persona, le obligaron a buscar la ayuda de sus hijos en Portugal para hacerle la quimioterapia a su esposo, pues en Venezuela no tuvo forma de que recibiera el tratamiento. Pero en noviembre, su esposo murió.
Aún no olvida su sonrisa y lo mucho que compartieron a lo largo de más de cinco décadas en las cuales: “Nunca me levantó la voz, nunca me faltó el respeto, siempre me amó. Hace cuatro días lo lloré. No puedo evitarlo. Pero estoy agradecida con Dios, porque me lo dio; y con él a nuestros hijos, ¡una preciosa familia!”
“Católica empedernida”, dice que la clave del éxito en su familia son los valores cristianos, y “recordar que el centro de todo es Dios. Lo demás es moderación. Pero sí, la vida se puede disfrutar; es bonito hacerlo, recordando al que tenemos al lado y creando puentes en vez de muros”.
Desde hace veinte años acude a grupos de la Renovación Carismática Católica, porque considera que van a tono con su buen humor y su deseo de gratitud a la Virgen. Es tan devota de Nuestra Señora de la Concepción, como de la Virgen del Carmen, a cuya Iglesia acude puntualmente en Caracas cada domingo.
A Venezuela le pide “no perder la esperanza”. Y a sus hijos: “Mirar a los venezolanos con los ojos de Dios y abrirles las puertas con cariño, como se las abrieron ellos a su padre y a mí hace 47 años”.
Hallacas y arepas en Portugal
“Sí, para el migrante muchas cosas son difíciles, muy difíciles. ¡Vaya si lo sabemos nosotros! Pero la vida es bella, si se lleva como debe ser. Sólo hay que saberla vivir”, comenta en conversación con Aleteia.
Aquí aprendimos a comer arepas y hacer hallacas. “Hacía 400, porque acá se acostumbra repartir no sólo con la familia sino también con los vecinos y con desconocidos”.
En Venezuela, las Navidades son diferentes: siempre de puertas abiertas. “Venezuela no se cierra… Se está abriendo a otras naciones, donde llega nuestra cultura. Por eso mis hijos y mis nietos comen hallacas en Portugal, y en cada nochebuena hay puestos de más en la mesa, porque nos encanta recibir a los vecinos”.
“La alegría que da el recibir y el abrazar al de al lado es única, tiene una magia maravillosa… y eso es algo que asumimos en medio de la tradición venezolana”.
“Mis hijos son muchachos buenos, son gente de valores que se formó en esta tierra. Por eso, acá o donde mañana esté, sólo puedo decir como madre encomendada a la Virgen: ¡Dios bendiga a Venezuela!”.
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