A muchos les cuesta ver ese “para siempre” en el matrimonio como algo bueno. Veamos por quéCuando quieres a una persona, que ese amor dure para siempre no te parece algo malo sino muy bueno. Y no me refiero solo a las relaciones de pareja, sino a todas las relaciones de amor: el amor a los padres, hijos, hermanos, abuelos, amigos, el matrimonio… No es difícil que el deseo de que estos amores sean para siempre encuentre eco en nuestro corazón.
Sin embargo, a muchas personas les cuesta ver ese “para siempre” en el matrimonio como algo bueno, y se convierte algo que asusta o directamente provoca rechazo. Tal vez porque que un amor sea “para siempre” implica que tiene que pasar por “cada día”; y eso ya suena más difícil. Y aquí es donde puede presentarse la “dureza de corazón” que nos impide ver el “para siempre” como una bendición.
Dureza que se puede producir por distintos motivos:
- El egoísmo, unido a nuestra falsa idea de felicidad, que nos lleva a calcular si el otro podrá hacernos felices todos los días de la vida. No pensamos en que amar a alguien de un modo tan radical como para compartir la vida entera en una relación de entrega total (que esto es el matrimonio) va a sacar de nosotros y desarrollar a lo largo del tiempo toda nuestra capacidad de amar, haciéndonos mejores; sino que nos ponemos a calcular si el otro será suficientemente bueno para procurarnos la felicidad que queremos a lo largo de toda la vida. Y nos equivocamos porque tendemos a identificar felicidad con satisfacción emocional y rechazamos que se pueda ser feliz en el esfuerzo, en la generosidad, en la lucha contra el egoísmo, en la donación de uno mismo. Todo esto, en lugar de sonarnos a algo bueno que nos va a hacer mejores en la medida en que nos irá asemejando a Dios (que es “Amor” o “El que ama”), nos asusta y nos va cerrando el corazón, que se resiste a entregarse y a asumir el riesgo inherente al amor de sufrir por la persona amada.
- El miedo, que va unido a la falta de esperanza: nos hemos enamorado de una persona a la que desearíamos amar “todos los días de la vida”; pero nos conocemos y sabemos que una cosa es el deseo y otra la realidad. Y podemos pensar: no vamos a ser capaces, es algo muy difícil, yo no puedo comprometerme a quererte todos los días, ¿y si luego no lo hago? En cierto sentido, nos ponemos a nosotros mismos como medida de lo que es posible o imposible: si a mí me parece que no voy a poder, es que no se puede. Y si tengo miedo de que esta relación no pueda durar, es que fácilmente no va a durar. Y así el miedo, unido al egocentrismo, nos endurece el corazón y nos hace incapaces de abrirnos a la esperanza de que el amor todo lo puede.
Todo esto nos lleva a hacernos las cosas a nuestra medida y así ya no vemos un matrimonio indisoluble como algo bueno sino como algo peligroso, difícil, imposible…. como una complicación ¿para toda la vida????
En el Evangelio, Jesús nos recuerda que la dureza de corazón nos impide aceptar los planes de Dios como una bendición; y nos recordaba que es bueno tener corazón de niño: un corazón que confía en que quien le ama estará siempre ahí, que no siente temor de amar y ser amado, que no calcula si los que le quieren son “suficientemente buenos” sino que los ama como son.
De igual modo, en el matrimonio, si nos atrevemos a fiarnos de que ese amor merece la pena, descubriremos que precisamente lo mejor es que es para todos los días de la vida.
María Álvarez de las Asturias es fundadora del Instituto Coincidir, especializado en el asesoramiento personal y familiar