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¿Cuáles son los momentos más importantes de la vida?

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Luisa Restrepo - publicado el 10/10/18

el tiempo —tanto si es de transición, de oscuridad, de luz o de estabilidad— es nuestro tiempo, nuestro único tiempo...

“Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente” ha dicho Goethe, y es que, ¿qué significa el tiempo en nuestra vida?, ¿qué significa que Dios ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo?

Es difícil descifrarlo. Vivir dentro del tiempo nos limita, nos prueba, nos hace tomar opciones. Parece ser que el hombre no puede intervenir en su engranaje.

Este tiene sus ritmos y nos impone sus repeticiones: nacer y morir, amar y odiar, sufrir y gozar, unirse y separarse, callar y hablar, salvar y destruir… Los seres humanos con todos nuestros deseos, parece ser que estamos sometidos a él.

A veces es un tirano que nos obliga a decidir y no nos permite volver atrás. A veces corre muy rápido y nos arrastra. Otras veces, va muy lento y no sucede nada…

Cuando depende de nosotros lo tomamos sin prisas, cuando pertenece a los demás nos cuesta que se retrase.

A veces nos sorprende, nos mueve, nos educa en la paciencia, y si da frutos agradecemos por lo vivido, pero si tarda y hay que invertir demasiado para comprender, sanar, aprender a recibir… nos resulta insoportable.

Por eso es indispensable recibir con paciencia los tiempos de nuestra vida, aceptarlos y abrazarlos. Caer en la cuenta cotidianamente que “todas las cosas importantes florecen muy despacio, tardan años tal vez y hay que aceptar largos inviernos de aparente inmovilidad y estancamiento, pero que un día -no sabemos cuándo– todo amor termina por germinar y florecer” como nos dice Martín Descalzo.

El punto es que, con el paso del tiempo (porque el tiempo me lo ha enseñado) he llegado a la conclusión de que todos los tiempos son igualmente importantes y han de ser vividos con total consciencia y paz.

Quizá algunas veces no podamos evitar sus imposiciones, quizá fueron nuestras decisiones las que nos llevaron a tener que someternos a él, pero de una cosa podemos estar seguros: el tiempo —tanto si es de transición, de oscuridad, de luz o de estabilidad— es nuestro tiempo, nuestro único tiempo, el tiempo que se nos da, pues al final de cuentas, es tiempo de Dios, tiempo de salvación, tiempo que necesita ser tiempo para luego convertirse en eternidad.

Si comprendemos esto sabremos vivir con serenidad cada paso, cada proceso, cada ciclo y en algún punto nos daremos cuenta que para Dios “lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es; y Él restaura lo pasado” (Eclesiastés 3, 15).

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz. ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Eclesiastés 3, 1-11).

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