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Cuando pienso en madres, me vienen muchas mujeres a la mente. Primero pienso en mi madre, que alimentó en mi vida un amor por la lectura y la escritura. Mi abuela me enseñó a tocar el piano y a coser un vestido. Las mujeres de la iglesia en la que me crié siempre se aseguran de saludarme cuando vuelvo a casa en vacaciones. La madre de mi amiga nos tenía siempre la merienda lista y a veces nos dejaba acostarnos tarde cuando me quedaba a dormir en su casa. En mi vida actual, las religiosas me están mostrando lo que significa amar a Jesús con todo mi corazón.
Aunque a algunas de estas mujeres las llaman madres los hijos que alumbraron o criaron, otras que me han enseñado la profundidad y la belleza de la maternidad nunca criaron a ningún hijo propio. Y algunas sí criaron a sus propios hijos, pero su maternidad iba más allá de su propio hogar.
Todas son madres espirituales en mi vida: mujeres que me quisieron y que se involucraron en el desarrollo de mi historia, nutriendo mi corazón y mi alma.
En lo referente a mi propia historia, la maternidad espiritual puede sentirse como un premio de consolación. Aunque soy madre biológica de Marion, nuestro hijo, no le sostengo en mis brazos. Él está en el Paraíso, intercediendo por mí y por su padre (y dándonos unos incentivos increíbles para nuestro viaje a nuestro hogar celestial). Ser madre de un pequeño santo no era algo que esperaba de mi historia. Y la infertilidad secundaria tampoco era algo que tuviera previsto.
La maternidad no siempre tiene el aspecto que pensabas que iba a tener.
¿Crees que Dios te ha llamado al matrimonio pero todavía no has encontrado a la persona adecuada para casarte?
¿También tienes a un pequeño santo en el Cielo?
¿La experiencia de la infertilidad pesa mucho en tu corazón?
¿Ser madre de tus pequeños no es como habías soñado?
¿Te está llamando Cristo a ser Su única esposa y te pide que renuncies a los hijos por una vocación de vida religiosa o consagrada?
Si cualquiera de estas situaciones te resulta familiar, quizás sientas que la vocación hacia la maternidad espiritual es una maternidad de segunda categoría, pero esa impresión no podría estar más alejada de la verdad. El arzobispo Fulton Sheen escribió una vez que “toda mujer en el mundo fue creada para ser madre, ya físicamente o espiritualmente”.
En uno de mis escritos favoritos del papado de san Juan Pablo II, Carta a las mujeres, escribe que la maternidad espiritual tiene “un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad”. También agradece a las mujeres su generosidad, una disposición a entregarse a la ayuda a los demás, en especial por los más débiles e indefensos.
Aquí tenéis seis cosas concretas que puedes hacer para explorar la llamada a la maternidad espiritual y darte cuenta de que no es un premio de consolación, sino una llamada increíble del Padre. ¡El mundo lo necesita!
1. No esperes a los niños para empezar a usar tus dones maternales
“Si la maternidad era más sobre qué hay en tu corazón que sobre qué hay en tu útero, yo tenía que dejar de esperar a un bebé para usar mis dones maternales”, escribe Colleen Carroll Campbell, autora de Mis hermanas las santas.
“Tengo que empezar a reconocer las oportunidades que ya tenía para alimentar el crecimiento en otras personas, defender a los vulnerables y hacer del mundo un lugar más amoroso y humano”.
Si estamos llamadas a imitar el amor de Cristo por los débiles e indefensos en nuestras vidas, no es algo que se limite a la maternidad física. En su libro, Campbell escribe sobre cómo su experiencia de cuidar de su padre durante su lucha contra el Alzheimer le dio una oportunidad para vivir su maternidad espiritual.
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¿Qué ámbitos de tu vida son una invitación para que te sumerjas más hondo en la maternidad espiritual?
Quizás se manifieste en forma de oración por los demás, queriéndoles como a hijas e hijos. Quizás Cristo te esté llamando a acercarte a alguien en tu vida y hacer el camino hasta el paraíso con esa persona. Quizás el Señor quiera transformar la cruz que estás cargando en un puente hacia Su corazón para otras personas en tu vida.
Similar a la singularidad de vivir el genio femenino, la maternidad espiritual tiene aspectos diferentes según la vida de cada mujer.
“En la vida de las mujeres consagradas que, por ejemplo, viven según el carisma y las reglas de los diferentes Institutos de carácter apostólico, dicha maternidad se podrá expresar como solicitud por los hombres, especialmente por los más necesitados: los enfermos, los minusválidos, los abandonados, los huérfanos, los ancianos, los niños, los jóvenes, los encarcelados y, en general, los marginados”, escribe Juan Pablo II en su carta apostólica Mulieris Dignitatem.
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2. Sé mentora de jóvenes en tu vida
La maternidad espiritual no es lo mismo que la maternidad biológica y no pretende absorber el papel de las madres biológicas. Más bien, es una oportunidad para invertir en las vidas de las personas a tu alrededor, en especial las de los jóvenes. Puedes ser una fuente de aliento, educación y sabiduría.
Tu presencia en las vidas de niños y jóvenes adultos en tu vida puede ayudarles a ser conscientes de su valía y dignidad como hijos de Dios.
“Estoy llamada a amar al adolescente que en una conferencia me dice que va a entrar en el seminario o a algunos ‘niños’ que el Señor me envía solamente un momento”, reflexiona sor M. Consolata, FSGM.
“Ya sea una clase llena de niños de diez años a la que hable durante media hora o a la joven que discierne una vocación a la vida religiosa a la que soy enviada para acompañar en un viaje de varios años. En todas las personas que Jesús me envía, encuentro un pedazo de Su Corazón. Este es el don de la maternidad espiritual”.