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El tesoro que llevamos siempre con nosotros y nos gusta compartir

FOREIGN FOOD

Disobeyart - Shutterstock

María Eugenia Brun - publicado el 19/09/18

A un país no se llega con las manos vacías, por muy pobre que se sea. Todos conservamos en nuestras raíces una valiosa cultura que merece la pena transmitir.

“Los datos que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz”. Estas son palabras del papa Francisco pronunciadas el pasado 1 de enero con motivo de la 51 jornada mundial de la paz.

Según el Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2018, en 2015 el mundo contaba con 244 millones de migrantes. 244 millones de personas que se marcharon de su país. Unos buscan un lugar donde vivir en paz, sin guerras ni conflictos, otros, huyen de catástrofes climáticas, otras de una peligrosa situación política y otras esperan encontrar lejos de su patria un trabajo o una mejor educación para su familia.

Sea la razón que sea debemos ayudarles a sentirse como en casa, darle una mirada contemplativa, porque ya sean migrantes o refugiados son nuestros hermanos y nos necesitan.

Estas valientes personas han tenido que dejar mucho atrás: su casa, su familia, su tierra… pero nunca llegan con las manos vacías: traen consigo sus capacidades, sus aspiraciones, su cultura, y algo muy importante, la riqueza de sus prácticas culinarias y hábitos alimentarios que enriquecen la vida de las naciones que los acogen.

La alimentación y la cocina son parte fundamental de este proceso migratorio, porque sabemos la comida es un acto social en el que se comparten, intercambian y transmiten valores, recuerdos y aspectos fundamentales del estilo de vida. Por eso, al tiempo que los migrantes adquieren nuevas costumbres alimentarias propias del país que les recibe, transmiten su cultura gastronómica compartiendo platos donde encuentran sus raíces.

Y es que la cocina del mundo se enriquece y desarrolla gracias las aportaciones y mestizajes de los conocimientos gastronómicos de todos. Ejemplo de ello son los platos de la dieta mediterránea cuyos ingredientes principales, el tomate, la patata y el pimiento llegaron de América se mezclan con otros propios de la cultura árabe:las berenjenas, las espinacas,  las alcachofas.

FOREIGN FOOD
Chaded - Shutterstock

Del mundo a la mesa

Muchos inmigrantes que vienen en busca de trabajo, inician algún emprendimiento gastronómico donde nos muestran sus raíces a través de distintas preparaciones de su lugar de origen, en otros casos ayudan a ampliar los menues de otros restaurantes cocinando para ellos o a través de puestos callejeros de comida rápida pero sana.

Todo esto no es más que un beneficio a nuestra cultura alimentaria, que nos aporta más variedad y nutrientes a la dieta.

Así podemos deleitarnos probando distintos sabores y platos típicos de su país, desde una arepa de Venezuela, una empanada Argentina, una tortilla de patata de España, hasta un tamal o quesadilla mexicana.

Del mismo modo, el sushi japonés y el ceviche peruano están de moda al igual que las empanadas armenias rellenas de carne.

Todo esto nos ayuda ampliar nuestra alimentación, a incorporar nuevos alimentos y en definitiva, a ampliar nuestra cultura. Estos alimentos poco a poco se van introduciendo en el mercado y muchos se atreven a incluirlos en sus recetas e creaciones culinarias. De esta manera  pasan a ser ingredientes cotidianos de la dieta y hemos de aprender a utilizarlos de forma saludable.

Por tanto, lo que comemos depende de los hábitos y costumbres que nos han transmitido nuestros padres, diferentes en cada familia y en cada región. Platos que ya han traspasado fronteras y que hoy podemos degustar en nuestras mesas.

Busquemos lo bueno y saludable de las costumbres alimentarias de cada país para poder incorporar nuevos aromas, y sabores diferentes a nuestra forma habitual de alimentación. Y no olvidemos a quienes han traído esos nuevos tesoros alimentarios. Apostemos acogerles e integrarles en nuestra sociedad como Dios nos enseña en la Biblia:  “ama al emigrante, dándole pan y vestido”

Ya lo decía San Juan Pablo II: “Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”.

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