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¿Por qué, en el fondo, deseo que nadie hable mal de mi?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 15/09/18

A veces me puedo llegar a sentir así yo mismo. Casi prefiero que no hablen, que no mencionen mi nombre

A veces no sé bien en quién creer, a quién seguir. Me gustan las personas auténticas, verdaderas, nobles, buenas. Me gustan los que tienen fuerza y parece que saben dónde pisan, a dónde van. Me gustan los que sueñan y no se conforman con salir del paso, con pasar de puntillas por la vida, sin hacer ruido. Me gustan los que no lo controlan todo ni se sienten seguros en la vida, dueños de certezas absolutas.

Dudo de los que nunca se han caído, de los que siempre tienen la verdad entre sus dedos. De los que juzgan y condenan. De los que observan la vida desde una barrera imaginada. Aquellos que nunca arriesgan y siempre tienen el corazón saltando de rama en rama.

El otro día leía que el psicólogo Norman Dixon describe en su libro clásico de 1976: «Sobre la psicología de la incompetencia militar», a líderes que no saben tomar decisiones en tiempos duros. Esas personas que en tiempos de crisis hacen lo mínimo para cumplir el expediente. Ese líder es aquel que quiere tener éxito y ser popular. Quiere ser reconocido y gustar. Caer bien, agradar. Sólo eso.

Pero detrás de ese deseo se esconde un deseo más hondo, el deseo de no ser nunca criticado. En medio de la batalla no parece que quiera ganar la guerra. Tampoco parece que sueñe con ello.

Más bien resulta que sólo quiere que no le critiquen, desea guardar su fama y no cometer errores. No quiere confundirse nunca en el camino emprendido. Cualquier error se paga caro. Sueña con una jubilación tranquila. Con la paz al final de la jornada. Que me dejen tranquilo, piensa.

A veces me puedo llegar a sentir así yo mismo. Puedo actuar cuidando mi imagen, mi nombre. Pretendiendo cuidar esa fama que resulta tan efímera. Deseo que no hablen mal de mí. Casi prefiero que no hablen, que no mencionen mi nombre.

Así, oculto para este mundo de redes sociales, me salvo. Sólo acepto los halagos. Y niego o tapo las críticas. Y para no sufrir el juicio, me escondo. Me aíslo en un torreón para no correr el riesgo del fracaso si llego a arriesgar mi corazón. Por eso no lo pongo como prenda. Me doy cuenta de que no pongo todas mis fuerzas en juego, no vaya a ser que me quede vacío al final de la batalla. Prefiero guardar mi ropa antes que perderlo todo.

Sueño con retener lo poco que poseo, para que perderlo. Pienso que todo tiene que ver con una actitud narcisista ante la vida. Me miro a mí mismo en un espejo. Hay en mi vida de oración, en la búsqueda continua de Dios, una búsqueda oculta de mí mismo.

Decía Santa Teresa en las Moradas: Torno a decir que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuráis virtudes, siempre os quedaréis enanas. Ya sabéis que quien no crece, decrece.

No quiero buscarme a mí mismo. No busco ser siempre valorado y admirado. No quiero esconderme en mi oración. Quiero salir. Pero a veces pienso que tengo algo de narcisista cuando me busco a mí mismo. Cuando sólo deseo estar bien y que me vaya bien en la batalla.

Algunas preguntas me desenmascaran cuando me las hago: ¿Por qué deberían contratarme o trabajar conmigo? ¿Cuáles son mis superpoderes? ¿Tengo debilidades? ¿Cómo defino el éxito?¿Siento que mi aporte es imprescindible?.

Esas preguntas hacen que exprese mi deseo de reconocimiento, de prestigio y de poder. Mi sueño de ser único, irrepetible, inimitable. Como si el mundo sin mí se perdiera lo más grande.

No sé bien qué tipo de líder soy. No sé si creo en un líder en concreto. Pero temo esconderme en la batalla por miedo a caer. O dejar de luchar por miedo a morir. La vida es algo tan grande que no merece la pena esconderla en un lugar seguro. Estoy dispuesto a perderla para ganarla para siempre.

No quiero convertirme en un hombre narcisista enamorado de mis propios caminos. Quiero mirar más allá. Salir de mis seguridades. No quiero buscar sólo mi bienestar espiritual. Me fio de Santa Teresa. Sin el equilibrio entre el amor a Dios y al prójimo es imposible que cambie el mundo que me rodea con la luz de mi vida.

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