En una región, exportadora neta de alimentos y productos agrícolas, 40 millones de personas pasan hambre
Las cifras no dejan lugar a dudas: casi 40 millones de personas pasan hambre en América Latina. La cifra ha crecido de manera sostenida por tres años. Por de pronto, 400.000 más que el año anterior. Ello, a pesar de que la región tiene el segundo mayor porcentaje de sobrepeso infantil del mundo, según mediciones de la Organización para la Alimentación y la Agricultura. El representante regional de la FAO, Julio Berdegué, acusó el golpe: “Bajo ese panorama, el aumento del hambre a nivel regional sigue la tendencia global y nos aleja del cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 – Hambre cero al 2030”.
Con mucho entusiasmo comenzó, a partir del año 2000, lo que se dio en llamar “La Década Dorada contra el Hambre”. La entrada del nuevo siglo coincidía con un cambio político radical, un giro en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Nicaragua y Uruguay donde los equipos de gobierno hicieron todo lo contrario a lo que recomendaban los economistas clásicos.
Si bien es cierto que a partir de 2003 Brasil libró de la extrema pobreza a más de 36 millones de nacionales, también lo es que el arranque general de políticas de marcado acento populista, centradas en el clientelismo y el reparto del gasto público -supuestamente orientado a los más vulnerables- terminó en un rentismo insostenible que ha venido derrumbando, cual castillo de naipes, no solo las falsas expectativas sino a los gobiernos que las alimentaron.
Según CEPAL, desde 2013 se observa un estancamiento en la reducción de la pobreza y aumentos en los últimos años. Así, el número de personas en esta situación aumentó de 166 millones a 175 millones entre 2013 y 2015 . Y la FAO reporta no sólo un aumento de las personas que pasan hambre sino una tendencia: a partir del 2016 se manifiesta la prevalencia de la subalimentación de 6,6% (en 2015 era de 6,3%). Esto es, 42,5 millones de personas no cuentan con los alimentos necesarios para cubrir sus requerimientos energéticos diarios, un incremento de 2,4 millones de personas en comparación con 2015.
Recientemente, el Banco Mundial reveló que cada día alrededor de 27 millones de latinoamericanos van a la cama sin nada que comer. Esta cifra representa casi el 5,5% de la población total de la región. Si bien hay mejoras en materia de desnutrición en Latinoamérica, la cifra de personas que actualmente padece hambre aún es alarmante. Aparte de afrontar problemas como el hambre, está el “camuflaje” del sobrepeso y la obesidad, que también son expresión de la desnutrición. Cabe agregar que se ha determinado que en 26 países de América Latina y del Caribe las enfermedades relacionadas con la obesidad causan la muerte de 300.000 personas al año.
Los niveles de hambre siguen, ciertamente, siendo bajos en América Latina y el Caribe en comparación con el resto del mundo. Durante el período entre 1990 y 1992 la cantidad de personas que padecía hambre alcanzaba los 58 millones lo cual no es un consuelo, sobre todo si la tendencia actual es negativa para la lucha contra el hambre.
Se impone, entonces, ir a las causas más que rastrillar sobre las cifras, que hay de sobra.
Renato Maluf, economista y profesor adjunto del Curso de Posgrado en Desarrollo, Agricultura y Sociedad de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro, quien llegó a ser presidente del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Brasil,ha sido claro: los países latinoamericanos deberían “estar avergonzados” del hambre, ya que, en su opinión, el continente “cuenta con soluciones para resolver el problema”.
Las soluciones parecen ser bastante simples a juicio de los expertos, pero no se ponen en práctica por la falta de voluntad política y por los altos niveles de desigualdad y pobreza en nuestra sociedad. El problema de fondo es que América Latina es una región de injusticia social.
Según el Banco Mundial, elevar la productividad agrícola de las familias de bajos ingresos es una estrategia clave en la lucha contra el hambre.
El responsable regional de FAO afirmó que el hambre en Latinoamérica no radica en una falta de producción de alimentos, sino en la carencia de los recursos necesarios para acceder a ellos, por lo que la subalimentación se entrelaza con la pobreza. En una visita oficial a Paraguay recomendó dotar a los productores de la agricultura familiar del acceso efectivo a “tecnología, mercados, financiación y tierras para el cultivo”. Es obvio: para que más personas abandonen las situaciones de pobreza y subalimentación, hay la necesidad de fortalecer la agricultura familiar y generar más empleo de forma sostenible en el tiempo.
Se considera la agricultura familiar como punta de lanza contra el hambre en el continente. Dirigiéndose a la V Cumbre de Presidentes y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en República Dominicana, el Director General de la FAO, José Graziano da Silva, aseguró que si todos los gobiernos América Latina y el Caribe refuerzan la implementación del plan de seguridad alimentaria del bloque de la CELAC, plan alineado con los compromisos globales de alto nivel, como el Acuerdo de París sobre el cambio climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la región podría ser la primera en desarrollo en erradicar completamente el hambre.
Pero ese compromiso ambicioso de erradicar el hambre para el año 2025 -ahora “estirado” hasta el 2030- está en riesgo hoy. Hay dos líneas de ayuda, la primera es aquella que se enfoca hacia aumentar la capacidad productiva de las familias y por lo tanto hacia aumentar los ingresos mensuales. La segunda, en cambio, apuesta por suministrar directamente a las personas más necesitadas los alimentos básicos para su supervivencia. Pero hay una solución de fondo: políticas públicas destinadas a promover el desarrollo integral y la iniciativa individual en un marco de soberanía alimentaria y justicia social. La dádiva no puede ser la política ni el rentismo el recurso. Todo ello es paño caliente y, como demuestran las cifras, se enfría pronto.
Soluciones hay. Lo que falta es una verdadera voluntad de nuestros dirigentes para llevarlas a cabo.
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