Dime cómo es tu Instagram y te diré quién eres
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Frente a realidades o situaciones claramente perjudiciales, más que asumir un discurso acomodaticio o moderado, prefiero ser claro y realista, para que nadie se llame a engaño. Por ello, el presente artículo es contundente, incluso duro. Cuando un niño juega con un enchufe ninguna madre sonríe y da discursitos, sino que la reacción siempre es tajante. Quien quiera opiniones más conciliadoras sobre Instagram seguro que puede encontrarlas a docenas en la Red.
Hecha esta aclaración previa –a modo de aviso a navegantes-, diré que Instagram me preocupa por tres motivos.
1. Instagram hace a sus usuarios superficiales, egocéntricos y narcisistas.
Recomiendo recorrer algunos perfiles de adolescentes en Instagram, al azar. La conclusión que se saca es que el principal objetivo de sus usuarios es mostrarse atractivos e interesantes.
Problema 1: dedicar mucho tiempo a mostrarse atractivo de cara a los demás es egoísta y estúpido. Hay cosas mucho más importantes, divertidas y apasionantes que hacer en esta vida, en lugar de pasarse el día pensando cómo voy a parecer más cool delante de los demás.
Problema 2: mostrarse interesante mediante fotos y mensajes cortísimos es muy difícil. O bien eres un genio –que los hay-, o bien tendrás que conformarte con recurrir a formas más clásicas: sacar morritos, salir bebiendo un gin tónic, o –más frecuentemente- posar en bañador o bikini mostrando los abdominales o un buen escote –y metiendo tripa ;-).
Problema 3: quien dedica mucho tiempo a Instagram es fácil que acabe confundiendo su identidad –que debería ser rica, interior, compartida- con la imagen que proyecta online, que suele ser superficial, individualista y debidamente editada.
Dime cómo es tu Instagram y te diré quién eres, qué amas. Ojalá los perfiles de Instagram fueran colecciones de fotos con amigos, haciendo cosas apasionantes, divertidas y bonitas juntos. Como los álbumes de fotos de toda la vida. Sería genial. Pero no. Lo que nos encontramos en esa aplicación es casi siempre un catálogo de fotos donde el protagonista sale solo, presumiendo de sus atributos físicos o su glamour. Lo normal –darse un paseo para verlo- es que la gente convierta su perfil de Instagram en un monumento a sí mismo.
Narciso y la madrastra de Blancanieves deberían ser nombrados los patronos de la aplicación: Instagram es el paraíso del egoísmo.
2. Instagram es un canal de acceso inmediato a pornografía.
El botón de búsqueda de Instagram, que está en la interfaz principal, muestra las tendencias y lo que la gente más busca. Y una parte no pequeña de ese contenido es erótico o pornográfico. Además, no es raro recibir solicitudes de seguimiento por parte de desconocidos –desconocidas-, cuyas fotos de perfil parecen sacadas del Carnaval de Brasil un año especialmente caluroso.
Lejos queda el tiempo en el que la pornografía llegaba a través de una revista a clandestina en el recreo del colegio, o entornando los ojos para interpretar la señal codificada de Canal+. Hoy en día, ver bailando medio en cueros a Juliana la Fulana, o cómo hacen el amor (¿amor?) dos rusas a un palmo de tu cara, no requiere ni siquiera proponérselo. Basta con apretar con el pulgar la pantalla cuando la imagen sugerente te aparece en pequeño en tu interfaz de Instagram. Pretender que un hombre –y mucho más, un adolescente- resista esta tentación es, en la mayoría de los casos, una ingenuidad.
Yendo al grano: tu hijo adolescente ve porno duro semanalmente en Instagram. ¿Ver porno es malo? Personalmente, me lo parece: se vacía el precioso lenguaje de entrega de la sexualidad; se confunde amor con egoísmo; se instrumentaliza a la otra persona, habitualmente a la mujer; se reduce el deseo sexual en las relaciones de pareja; es causa de divorcios y rupturas matrimoniales; genera adicción; y supone una forma de prostitución: una persona cobra –dinero, likes- por generar placer sexual a otra, con quien no le une ningún tipo de vínculo afectivo.
Quizá Circe –bruja que convirtió en puerquecillos a los marineros de Ulises- podría también en justicia reclamar para ella el patronazgo de la aplicación.
3. Instagram es una máquina de distracción.
No resulta raro que cada vez que un usuario de Instagram tenga un rato libre, termine sacando el móvil y paseándose por los perfiles de sus contactos, para entretenerse. ¿Curiosear es malo? No, pero tiene un coste de oportunidad, porque mientras se mira concentrado la pantalla se dejan de hacer muchas otras cosas. Después de cenar, por ejemplo, puedo hacer varias cosas: hablar con mi familia, leer un buen libro, jugar a un juego de mesa, desarrollar una afición, o pasear por Insta.
Algunas de estas actividades estrechan los vínculos familiares, incrementan nuestra cultura, nos hacen crecer como personas. Navegar a la deriva en Instagram, por el contrario, no tiene efecto positivo alguno, con lo que termina siendo, sencillamente, una mera distracción y una pérdida de tiempo. No hay que excluir que uno encuentre cosas creativas o interesantes, pero constituyen un porcentaje ínfimo dentro de la jungla de mensajes superficiales, espúreos y narcisistas con que nos encontramos.
¿Más candidatos a patronos para Instagram? Los lotófagos de la Odisea, que distraídos por su adicción a los deliciosos lotos, olvidaron el destino de su viaje y su propia identidad.
Por estos tres motivos –superficialidad, pornografía, distracción constante-, considero que utilizar esta herramienta es claramente perjudicial.
“¡Qué exagerado y qué negativo!” Podrá alguien pensar. Negativo, sí; exagerado, no creo. Decir que todo va bien y pronunciar palabras bonitas cuando niños y adolescentes están dilapidando su riqueza interior, su inocencia y su tiempo delante de las pantallas puede resultar cómodo, pero es una traición y una mentira.
Podemos seguir todos sonriendo y pagando las facturas del móvil de los hijos como si no pasara nada. Pero yo creo que sí que pasa. Porque los narcisistas son patéticos e infelices; porque estar a merced de Circe consumiendo pornografía no es divertido; y porque ser un lotófago distraído nos hace incapaces de perseguir nuestros sueños y de llegar a ser quienes somos.
A veces para crecer como persona, y también para educar, hay que saber decir que no. Pues bien, a mí no me gusta Instagram. No quiero parecerme a sus patronos.
Artículo originalmente publicado en Buena Nueva
Juan Martínez Otero es autor de Tsunami Digital, hijos surferos. Guía para padres que no quieren naufragar en la educación digital.