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El Papa: ¿Quieres ser cristiano? Deja de acusar a los demás

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Vatican News - publicado el 06/09/18 - actualizado el 24/02/23

Homilía de Francisco en la Casa Santa Marta a partir de la experiencia de la pesca milagrosa de Pedro con Jesús

Es necesario reconocerse pecadores: sin aprender a acusarse a uno mismo no se puede caminar en la vida cristiana. Es el centro del mensaje del papa Francisco expresado en la Misa en Casa Santa Marta el 6 de septiembre de 2018.

La reflexión de Francisco se desarrolla a partir del evangelio en el que Jesús pide a Pedro poder subir a la barca y, después de predicar, le invita a echar las redes y tiene lugar una pesca milagrosa.

Un episodio que recuerda la otra pesca milagrosa, después de la resurrección, cuando Jesús pide a los discípulos si tenían algo de comer.

En ambos casos –observa el Papa– “hay una unción de Pedro“: primero como pescador de hombres, después como pastor.

Jesús, además, cambia su nombre de Simón a Pedro, y como “buen israelita”, Pedro sabía que un cambio de nombre significa un cambio de misión.

Pedro “se sentía orgulloso porque de verdad amaba a Jesús”, y esta pesca milagrosa representa un paso adelante en su vida.

Primer paso: reconocerse pecadores

Tras haber visto que las redes casi se rompían por la gran cantidad de peces, se arrojó a las rodillas de Jesús, diciéndole: “Señor, aléjate de mí porque soy un pecador“.

Este es el primer paso decisivo de Pedro en el camino del discipulado, de discípulo de Jesús, acusarse a sí mismo: “Soy un pecador”.

El primer paso de Pedro es también el primer paso de cada uno de nosotros, si se quiere avanzar en la vida espiritual, en la vida de Jesús, servir a Jesús, seguir a Jesús. Debe ser este: acusarse a uno mismo. Sin acusarse a uno mismo no se puede caminar en la vida cristiana.

La salvación de Jesús no es cosmética, sino que transforma

Pero existe un riesgo. Todos sabemos que somos pecadores, pero “no es fácil” acusarse a uno mismo de ser pecador de forma concreta.

“Estamos acostumbrados a decir: ‘Soy un pecador’” -dice el Papa-  pero igual que uno dice “soy humano” o “soy ciudadano de tal país”.

Acusarse a uno mismo es, en cambio, sentir la propia miseria: “sentirse miserable”, mísero, ante el Señor.

Se trata de sentir vergüenza. Y es algo que no se hace con palabras, sino con el corazón.

Es una experiencia concreta como cuando Pedro dice a Jesús de alejarse de él porque es un pecador: “se sentía un pecador de verdad” y después se sintió salvado.

La salvación que “nos trae Jesús” necesita esta confesión sincera porque “no es algo cosmético”, que te cambia un poco la cara con “dos pinceladas”: transforma.

Pero, para que entre, hay que hacerle sitio con la confesión sincera de los propios pecados: así se experimenta el asombro de Pedro.

No acusar a los demás

El primer paso de la conversión es por tanto el de acusarse a uno mismo con vergüenza y sentir el asombro de saberse salvado.

“Debemos convertirnos”, “debemos hacer penitencia“, exhorta el Papa, invitando a reflexionar sobre la tentación de acusar a los demás.

“Hay gente que vive hablando mal de los demás, acusando a los demás, y nunca piensa en sí mismo. Y cuando va a confesarse, ¿cómo se confiesa? ¿como los papagallos? “Bla, bla, bla… He hecho esto y esto…”.

Pero ¿te toca el corazón lo que has hecho? Muchas veces no. Tu vas allí a la cosmética, a maquillarte un poco.

Pero no ha entrado del todo en tu corazón, porque no le dejaste sitio, porque no fuiste capaz de acusarte a ti mismo”.

La gracia de sentirse pecador concreto

El primer paso es por tanto una gracia: la de que cada uno aprenda a acusarse a sí mismo y no a los demás.

Un signo de que una persona, un cristiano, no sabe acusarse a sí mismo, es cuando está acostumbrado a acusar a los demás, a hablar mal de los demás, a meter la nariz en la vida de los demás.

Es una mala señal. ¿Hago yo esto? Es una buena pregunta para llegar al corazón.

Pidamos hoy al Señor la gracia de encontrarnos ante Él con este asombro que produce su presencia, y con la gracia de sentirnos pecadores, pero concretos, y de decir como Pedro: “Aléjate de mí, que soy un pecador”.

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