Poco antes de morir, santa Mónica se encontraba junto a su hijo san Agustín en un albergue en Ostia, puerto antiguo de Roma, esperando un barco que los llevaría a Cartago.
Es entonces que tuvieron entre ellos un magnifico coloquio, apoyados junto a una ventana comenzaron a conversar acerca de Dios y de las cosas del Cielo; cuando los dos juntos tuvieron un éxtasis, que sin duda confirman la santidad de madre e hijo.
Lo sucedido lo narra san Agustín en el libro nueve de sus Confesiones:
“Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida —que tú, Señor, conocías, y nosotros ignorábamos—, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.
Allí solos conversábamos dulcísimamente; y olvidándonos de lo pasado y proyectándonos hacia lo por venir, inquiríamos los dos delante de la verdad presente, que eres tú; cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió. Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente —de la fuente de vida que está en ti— para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo idea de cosa tan grande.
Y como llegara nuestra plática a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, pero ni aun de ser mentado, levantándonos con más ardiente afecto hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra”.
“No importa donde me entierren”
Al poco tiempo Mónica moría por una fiebre muy alta quizás provocada por la malaria. Les dijo a sus hijos que enterraran su cuerpo donde quisieran, sin sentir pena ni dolor; sino que la recordaran, dondequiera que estuvieran, en el altar del Señor.
Su cuerpo permaneció durante siglos, venerado en la iglesia de Santa Aurea di Ostia; hasta el 9 de abril de 1430, cuando sus reliquias fueron trasladadas a Roma en la iglesia de San Agustín en Campo Marzio. Fueron colocadas en un sarcófago artístico, esculpido por Isaías da Pisa. Una iglesia muy interesante de visitar por lo artístico y lo sacro.
Aparte de los restos de la santa allí se encuentran obras de Guercino, Raffaello y de Caravaggio, la hermosa “Virgen de los peregrinos”. Y también una imagen muy milagrosa de la “Virgen del parto”; pues desde principios del siglo XIX, fue considerada protectora de las mujeres embarazadas y parturientas.
Te puede interesar:
Las 6 magníficas obras de Caravaggio que puedes admirar gratis
“Me has engendrado dos veces”, le dijo Agustín un día a su madre: a la vida y a la fe. La tenacidad, dulzura y sensibilidad de Mónica la convierten en la santa patrona de las mujeres casadas y las madres.
Su nombre se encuentra entre los más extendidos entre las mujeres. Su fiesta se celebra el 27 de agosto, el día anterior a la de su gran hijo también santo; quien por una coincidencia singular, murió el 28 de agosto de 430.
Fuente: agustinus.it