En su Carta al pueblo de Dios (20/08/18), el papa Francisco puso una vez más en el centro de atención de la Iglesia “el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas”.
Junto a esos abusos, recuerda, está la cultura de silenciamiento, indiferencia o incluso complicidad.
Más allá del abuso sexual
El Papa no limitó su reflexión a la dimensión sexual, y ni siquiera se refirió sólo a los menores de edad.
El problema tiene unas dimensiones mayores, y por ello subraya en más de una ocasión que además se dan abusos “de poder y de conciencia”. ¿Por qué insiste en esto?
La realidad nos muestra casos en los que se puede caer en actitudes sectarias dentro de la Iglesia, con prácticas que son comunes en el mundo de las sectas, pero que también pueden vivirse en diócesis, parroquias, seminarios, comunidades consagradas, asociaciones de fieles…
Ya en 1986 el documento de la Santa Sede sobre el desafío pastoral de las sectas señalaba que “algunas mentalidades o actitudes de secta, por ejemplo la intolerancia o el proselitismo activo… se pueden encontrar también en grupos cristianos o dentro de algunas Iglesias o comunidades eclesiales”.
Técnicamente no podemos hablar de la existencia de sectas dentro de la Iglesia católica.
En los últimos tiempos se viene utilizando un término para referirse a las prácticas dañinas que pueden darse dentro de una comunidad religiosa, tenga o no en su praxis general dinámicas destructivas o manipuladoras. Por lo tanto, puede darse tanto en religiones como en sectas. Se trata de “abuso espiritual”.
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