El drama de sobrevivir en un país ajeno, lejos de la familia, debido a una crisis humanitaria llena de rostros hambrientos. La solidaridad se expresa por medio de ángeles silentes que Dios envía como parte de su justicia divina
“Mi delito es ser venezolano. Mi pecado fue huir de casa, porque aunque me gradué con honores y vine a trabajar de forma honrada, soy culpado de ignorante, pordiosero, ladrón o mendigo”.
“No conocen a mis hijos, ni los valores éticos que junto a mi esposa cultivé en ellos, pero mi solo acento los convierte en una peste. Ellos no son culpables de la crisis humanitaria que hizo polvo mis ingresos”.
“Partí a Ecuador, huyendo del hambre y buscando un mejor futuro. Encontré lo que muchos: rechazo e incomprensión. Aunque algunos corren con suerte, muchos son tratados como animales de carga, como víctimas anónimas de una esclavitud moderna…”
Se graduó con honores en la principal casa de estudios superiores del occidente venezolano, de donde egresó como ingeniero agrónomo. Era un importante supervisor de granja, pero en casa estaban pasando hambre… Así que con los ahorros propios y de su esposa partió a Ecuador.
Fue el primer diciembre que pasaría sin su familia, durmiendo en la casa de un total desconocido, junto a otros doce venezolanos también desmembrados de sus grupos familiares. Pronto descubrirían una realidad lejana de su intento desesperado por hilvanar un sueño construido con ilusiones de mejor calidad de vida.
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