Hay que cambiar el modelo. Atacar las causas, no los efectos. Y mirar a largo plazoDiego Gómez Pickering, actual cónsul mexicano en Nueva York, ha reflexionado sobre “una de las mayores crisis humanitarias de la historia” que está sucediendo frente a nosotros, con un estimado de 68.5 millones de personas obligadas a huir de sus hogares.
“Algunos escapan de la persecución religiosa, étnica o política. Otros huyen de la guerra y la violencia de pandillas. Algunos huyen de la aplastante pobreza. Otros están dejando sequías y hambrunas provocadas por el cambio climático. Si bien las razones de la migración son diferentes, existe un deseo universal de una vida mejor, escribe el diplomático mexicano en la revista *America *de los jesuitas de Estados Unidos.
Gómez Pickering, que anteriormente fungió como embajador de México ante el Reino Unido subraya que la difícil situación y huida de los más pobres y más perseguidos plantea muchas preguntas. Por ejemplo: ¿los enviamos de vuelta a sus lugares de origen, donde pueden ser asesinados, o los aceptamos con compasión y comprensión? Al buscar soluciones, ¿nos enfocamos en los desplazados o en las fuerzas que los desplazaron?
Estados Unidos y México abordan estas cuestiones a medida que los migrantes huyen de la pobreza y la violencia de pandillas en América Central, con México como país de tránsito y los Estados Unidos como el destino previsto (aunque un número creciente permanece en México). En 2016, 200,000 centroamericanos, principalmente de Guatemala, Honduras y El Salvador, fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos.
Este fenómeno –recuerda Gómez Pickering– llevó a la administración Trump a seguir una política de separación de familias migrantes en la frontera entre México y los Estados Unidos como una forma de disuasión contra los cruces no autorizados.
Si bien las separaciones son nuevas, la cuestión de qué hacer con las familias no lo es. En 2014, con Obama en la presidencia, la llegada de 69,000 menores no acompañados de Centroamérica se convirtió en una historia nacional, pero más de 60,000 familias fueron detenidas en la frontera también. A la mayoría se les otorgó entrada a los Estados Unidos para enfrentar los procedimientos de deportación y asilo.
Eso cambió este año 2018 con la política de inmigración de “cero tolerancia” del presidente Trump y el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, que resultó en la separación de 2.500 niños de sus padres.
Las imágenes de niños pequeños detenidos en centros de detención indignaron a millones de personas en todo el mundo, lo que obligó a la administración de Trump a retractarse de su política (aunque, hasta el momento, quedan cerca de 450 niños sin poder ser direccionados con su familia, puesto que sus padres han sido deportados).
Tal vez es hora de un cambio en la estrategia
En su artículo de America, Gómez Pickering señala que Estados Unidos gasta miles de millones cada año para expulsar a inmigrantes indocumentados, “pero ¿qué pasaría si no tuvieran que huir de sus hogares en primer lugar? ¿Qué pasaría si el éxito de una política de inmigración se midiera en prosperidad y seguridad más que en deportaciones y detenciones? ¿Qué pasaría si la solución no estuviera en la protección fronteriza y la aplicación de la inmigración, sino en la diplomacia cuidadosa y la planificación estratégica?”
Poco después de la crisis de inmigración de 2014, “una crisis humanitaria”, según la expresión acuñada por Obama, su gobierno trabajó con el Congreso y con diplomáticos extranjeros, incluidos los de México, para crear la Alianza para la Prosperidad, un plan bipartidista y multianual para promover las reformas institucionales y el desarrollo económico en Centroamérica.
En 2015, el Congreso estadounidense aprobó 750 millones de dólares en ayuda a Guatemala, Honduras y El Salvador (los tres países del Triángulo del Norte de Centroamérica, principales expulsores de migrantes a Estados Unidos) para esos fines. “No fue una panacea, pero fue un comienzo para repensar la manera en que abordamos la migración”, reflexiona Gómez PIckering.
Más adelante, en su importante texto, se lamenta de que esta forma de abordar la migración ha perdido fuerza La ayuda exterior estadounidense a Centroamérica ha disminuido en 20 por ciento bajo la administración de Trump. La militarización de la frontera y la deshumanización de quienes la cruzan “muestran un enfoque menos comprensivo para las personas más vulnerables de nuestro hemisferio”.
Pero, afortunadamente, puede haber otras maneras de enfrentar el fenómeno migratorio que no sea con muros y militares. Se espera, por ejemplo, que el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, patrocinado por las Naciones Unidas, sea el primer acuerdo negociado multinacional que aborde los desafíos asociados con la migración, incluyendo sus causas y el potencial de migración hacia una mayor prosperidad y desarrollo sostenible en la región. nuestro mundo globalizado
Los 23 objetivos de este Pacto Mundial incluyen, entre otros puntos, “proporcionar servicios básicos para migrantes” y utilizar “la detención solo como una medida de último recurso”. Estados Unidos había participado inicialmente en las negociaciones, pero se retiró el año pasado.
“Del mismo modo que las causas de la migración son muchas, las soluciones también lo son. Lo que funciona en un país puede no funcionar en otros, pero lo que funcionará es un enfoque integral y holístico, como el del Pacto Mundial, que considera todas las partes y todos los factores. Los migrantes son recursos increíbles, y también lo son las comunidades de las que provienen. Debemos abrazarlos con bondad y compasión”, señala el diplomático mexicano.
Y termina diciendo que pretender que las luchas de los migrantes “no sean nuestras”, solo nos llevará a una mayor angustia y sufrimiento. “Una política exitosa no se puede medir en meses o años, sino en décadas. Es más rápido actuar a través de deportaciones y detenciones, pero eso no hace que las oportunidades económicas y la seguridad sean actividades menos dignas”.
Hay que cambiar el modelo. Atacar las causas, no los efectos. Y mirar a largo plazo. Solamente así se podrá trabajar para construir una sociedad donde todos tengan una oportunidad justa de vivir.