Mientras viaja por México, una joven francesa va captando imágenes de la vida que le envuelve. Le llamarán la atención los mojitos y los mariachis, pero hace pocos días Maëlys Létondot quedó impactada por algo poco frecuente.
Vio a un hombre de unos 50 años que se sentaba en un banco, a pocos metros del mercado, y sacaba de su chaqueta una fotografía familiar. Era el retrato de su boda. Maëlys fue incapaz de dirigirse a él, como si en aquel momento, a pesar de encontrarse en la calle, hubiera abierto la puerta de un templo y se viera llamada a respetar el silencio.

Del hombre poco más sabemos, tan solo que tomó entre sus manos una foto enmarcada, luego la dejó junto a sí en el banco y se quedó meditabundo.
¿Una historia de amor truncada? ¿La muerte prematura de la esposa? ¿Tal vez ella migró y lleva días sin poder conectar desde donde está?

En la época de Instagram, hay quien muestra la delicadeza de saber respetar la intimidad. Pese a que la imagen está tomada en la calle y no presenta problemas de publicación, no todo queda expuesto con la misma intensidad. Quién sabe si hubo alguna lágrima. La cámara prefirió que aquel hombre quedara a solas con sus pensamientos.
Es una imagen para la reflexión, que nos invita a empatizar con aquella nostalgia y a saber descubrir, al mismo tiempo, a las personas que estando cerca de nosotros tienen rasguños (quién sabe si heridas) en el alma.

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