Adaptar la obligación a las personas es un arte que mejora la convivencia y da paz
Sería en los años 90. Una amiga mía era corresponsal de un importante diario español en Alemania. Estábamos en la Hauptbanhof, la inmensa estación de trenes de Frankfurt, y la llamaron desde Madrid para decirle que debía tomar cuanto antes un tren a Berlín, porque algo importante acababa de ocurrir.
La acompañé a la taquilla. Pidió el billete al funcionario, y este se dio la vuelta, miró un reloj de pared, se volvió hacia ella y le contestó: “Lo siento. Son las 5 de la tarde en punto y la oficina debe estar cerrada”. Hasta aquel día admiraba la cultura germana y todo en ellos me parecía loable: su tesón, su orden, su constancia… Pero aquella actitud del funcionario me pareció inhumana. ¿Acaso no podía extender su horario de trabajo niun minuto más?
No se nos pasó por la mente creer que era un acto de discriminación hacia los latinos porque tanto mi amiga como yo más bien parecemos germanas. Pero aquello se me quedó grabado: una lección de lo que NUNCA hay que hacer, más allá de lo que marque la norma.
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