El deporte asoma como oportunidad de soñar en grande para niños a los que la miseria golpea demasiado.Dylan Reales tiene 14 años, y conoce el golf desde los 8. Lo vio por primera vez por televisión, en su casa de la Villa 31, en Buenos Aires, y fue amor a primera vista. Lo enamoraron sus paisajes y la paz de los que lo jugaban.
No era como el fútbol, deporte casi obligado para los chicos del barrio, y en el que ya había empezado a jugar en el club Platense. El golf era distinto. Quiso jugarlo.
Pero su familia lo contrastó pronto con una dura realidad: es un deporte caro. A él no le importó, y así como con un par de medias rotas cualquiera puede jugar a la pelota, tomó un palo de escoba, y comenzó a practicar sus golpes.
Al tiempo, regresando de hacer un trabajo con su abuelo, pasaron por el Campo de Golf Municipal de Buenos Aires, en Palermo, y vieron que había Escuela de Golf gratuita para niños. Conoció al profesor Daniel, y se le comenzó a abrir un mundo con horizontes aún inciertos.
Su familia, en un gran esfuerzo, pudo conseguirle sus primeros palos. Pero se los robaron. Su historia, sin embargo, ya había empezado a hacerse conocida, y el entrenador de fútbol Claudio “Bichi” Borghi, al conocerlo, le regaló el dinero para que se compre unos nuevos. La misma solidaridad recibió de un señor que lo veía todos los días con un calzado gastado que poco tenía que ver con el de los campos que ya comenzaba a recorrer, y le obsequió sus primeros zapatos de golf.
Dylan tiene talento, empeño, orden, hambre de gloria. Y las cosas muy claras. Mientras disputa torneos juveniles, y hasta ya logró hacer un hoyo en uno, transita su escuela secundaria y tiene claro que no puede claudicar en su estudio.
Por el momento, piensa estudiar veterinaria, y recién después de terminar la Universidad buscar convertirse en un golfista profesional. Parece un sueño lejano para un niño que sólo puede entrenar a medio tiempo debido a problemas familiares y económicos y que tiene que cuidar a sus hermanos por el trabajo de sus padres, como informaba el diario La Nación en una entrevista reciente.
Sin embargo, la historia deportiva argentina tiene en el mismo deporte con el que se desvela Dylan uno de los más maravillosos ejemplos de superación. El maestro Roberto de Vicenzo, emblema eterno del golf latinoamericano, ganador de un British Open y del respeto universal por ceder sin chistar un Masters en el que cometió un error de tarjeta, también tuvo orígenes muy humildes.
El maestro, huérfano de madre, era el encargado de hacer el puchero para sus hermanos y cuidarlos, mientras su padre y su hermana más grande trabajaban. Como le pasó Dylan, el fútbol también asomaba como una alternativa para De Vicenzo, incluso en el mismo club, Platense, en el que el Maestro había pensado en “probarse”, pero se inclinó por el Golf, y cambió para siempre su vida y la de su familia. Y sus orígenes fueron los mismos que los de Dylan: un palo de madera con el que le pegaba a todo lo que se le encuentre.
Ayer fue Roberto. Mañana, puede ser Dylan. O Juan, o Lucas, o Diana, o Elsa… El deporte asoma como oportunidad de soñar en grande para niños a los que la miseria golpea demasiado.