Si vas allí una tarde a pasear, quizás te cruces con dos hombres vestidos de blanco. Sin embargo, no hay nada de qué preocuparse, ni fantasmas ni espíritus malignos rondan el bosque estatal de la Gran Cartuja. Lo más seguro es que se trate de monjes cartujos, que deambulan de dos en dos durante su espaciamiento (una caminata semanal fuera de la clausura monástica).
Con una extensión de 8.500 hectáreas, el bosque de la Grande Chartreuse o Gran Cartuja, que va de los 300 a 2.080 metros de altitud, recibe su nombre del monasterio que alberga en su seno.
Situada en Isère, la Gran Cartuja es el bosque estatal más grande de los Alpes.
Verdadero remanso de paz y silencio, el monasterio de la Gran Cartuja está situado en el municipio de Saint-Pierre-de-Chartreuse, al pie de la montaña Grand Som. Aunque es el punto de partida de numerosas y espléndidas excursiones, el monasterio, de acuerdo con la regla cartujana que vela por la protección de la soledad de los monjes, no puede ser visitado.
Sin embargo, los más curiosos pueden acercarse a la Correrie, situada a unos 2 kilómetros, donde un museo cuenta la vida de los monjes cartujos y donde unas representaciones de las celdas monásticas ayudan a comprender su vida cotidiana.
A caminantes y otros excursionistas se les pide que guarden silencio alrededor del edificio. Un cartel indica que se trata de una “zona de silencio”, mientras que otro nos recuerda que “los monjes que han consagrado su vida a Dios les agradecen que hayan respetado su soledad, en la que oran y se ofrecen en silencio por ustedes”.
Fundada en 1084 por san Bruno, la Orden de los Cartujos es una de las órdenes monásticas más antiguas del cristianismo. Profesor muy estimado y rector de la escuela-catedral de Reims, a la que dio fama europea, Bruno estaba en la cima de su fama cuando sintió “el deseo de una vida más entregada totalmente solo a Dios”.
Decidió entonces seguir lo que consideraba su verdadera vocación: dejar el mundo y los honores para vivir únicamente para Dios y “abrazar la vida monástica”. Se dirigió a Grenoble con seis amigos, atraído por la reputación de su joven obispo Hugo de Châteauneuf. Luego se asentaron en el corazón del valle salvaje de Chartreuse, un macizo tan poco habitado que fue apodado “el desierto”... y que dio a la Orden su nombre, cartujos.
El monasterio de la Gran Cartuja, Casa Madre de la Orden, no se puede visitar. Está enteramente dedicado al silencio y a la oración de los monjes.
El camino cartujano tiene como finalidad exclusiva la contemplación. “Vivir tan continuamente como sea posible a la luz del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en Cristo, por el Espíritu Santo”, detalla el sitio web de la Orden.
Toda su vida monástica, por lo tanto, consiste en este camino hacia el lugar del corazón y todos los valores de su vida están dirigidos hacia esta meta. “Estos valores ayudan para que el monje unifique su vida en la caridad y le introducen en lo profundo de su corazón”.
Pero no es este objetivo el que distingue a los cartujos de otros monjes contemplativos (cistercienses, benedictinos...), sino el camino seguido, cuyas características esenciales son la soledad, una cierta dosis de vida solitaria y vida comunitaria y la liturgia cartujana (caracterizada por muchos tiempos de silencio, por la prohibición de todo instrumento musical, y por el canto gregoriano, que fomenta la interioridad).
Finalmente, este camino cartujano también se da a entender simplemente en su lema, Stat crux dum volvitur orbis: la Cruz permanece en pie mientras el mundo da vueltas.