Sin ser una familia numerosa, ya somos un batallón. Pasamos de 40 cada año. Nos reunimos los primos (solo los del segundo apellido de mi padre), pero se suma todo el árbol genealógico viviente: desde los abuelos y tíos hasta los más pequeños (siempre hay bebés, aunque este año nos saludaron por WhatsApp desde el hospital). Y algo que dice que la cosa funciona: los jóvenes quieren llevar a sus novios y novias.
Un encuentro de primos es algo sensacional, aunque a uno le dé pereza o tenga que hacer varios cientos de kilómetros para acudir a la cita. Ese día lo compensa todo, y eso hace que nadie quiera fallar. En mi caso se suele celebrar en mayo, pero he visto que a mi alrededor la mayoría aprovecha las vacaciones de verano para festejar el encuentro de primos.
Hay razones poderosas para acudir a esta cita:
1. Fortalecemos los lazos familiares
¿Cuántas veces nos decimos “te quiero, te quiero mucho”? No tantas como deberíamos. Y no es por mala voluntad, pero va pasando el tiempo y a lo mejor no le hemos dado un abrazote a un primo o un beso a la abuelita.
En cambio, sabemos de corazón que por ellos haríamos lo que no haríamos por nadie más. Un encuentro de primos es como hacerle un pequeño reset a nuestro corazón: sabemos quiénes son nuestros seres queridos y ellos deben saberlo. Un guiño, un brindis, una conversación distendida después de los postres es un bálsamo que luego se registra en la memoria.
Además, uno comprende que aquel rasgo (bueno o malo) de carácter que tiene le viene de familia: “Eres igual que tu difunto tío”, le dirán. Que sea una “herencia” familiar le confiere algo más de disculpa si es un defecto.
Los encuentros de primos no son para aprobar un examen o pasar una aprobación de nadie. Cada uno se muestra como es y sabe que se le quiere así. Eso es la auténtica familia. Por eso es tan descansante, porque no hay imposturas: cada uno se expresa tal cual es, sin miedo a ser juzgado o rechazado.
2. Creamos buenos recuerdos de familia
Cada año tiene sus anécdotas y sus historias. Mientras a unos les gusta darle al balón antes del almuerzo, otros explican su último viaje o se entretienen, si estamos en casa, en mostrar algo hecho por uno mismo (la bolsa del pan, una colcha, una mesita baja de bricolaje…).
En un grupo tan numeroso siempre hay algún amante de la fotografía, que sabe sacarle partido al paisaje y a esos momentos naturales de sonrisas y confidencias. Luego llega el momento de la “foto para la posteridad”: los 40 (o 50…) alineados. Y aquello comienza a rodar por el Facebook y por WhatsApp, porque ya somos historia de la familia.
Nota importante. No hay que olvidar el agradecimiento a quien se ha encargado de la organización: la prima que chequea cuántos van a ser a comer o quién se aloja por la noche en casa de quién. Un brindis por los organizadores.
3. Es bueno compartir las batallitas
Todas las familias tienen historias de las que uno o más miembros han sido protagonistas. Y en un día de encuentro con los más queridos, es lógico que afloren los recuerdos de acontecimientos importantes: bodas, accidentes, tal vez la guerra. Alegrías y tristezas. Canciones que expresan momentos especiales, tal vez. Hay que saber trenzarlas y, sin que acaparen la atención de todo el día, los más jóvenes hemos de ser pacientes con los que nos recuerdan aquel suceso porque, así de generación en generación se va tejiendo la vida.
No te impacientes si el abuelo tarda mucho en explicar algo. Es su forma de contarlo en esta etapa de la vida, y seguramente nosotros también lo haremos así.
Compartir recuerdos nos hace más fuertes como familia, porque empatizamos con los que vivieron aquellos hechos.