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¿Le cuentas a alguien tu vida?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/07/18

Hay tanta soledad en el mundo que hoy toco...

Jesús llama a sus discípulos para estar con Él. Han obedecido el mandato. Han pasado el día llevando la Palabra de Dios, sanando a los enfermos, liberando a los endemoniados: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”.

Es bonita su actitud. Salen en obediencia. Recorren los poblados llevando la esperanza. Y al regresar por la noche lo cuentan todo.

Cuentan lo bueno y lo malo. Las victorias y las derrotas. Sus miedos y sus actos de valor. Cuentan su debilidad y se alegran al ver frutos que no imaginaban. Hablan con honestidad. Cuentan todo lo que han vivido. Me gusta esa mirada tan sincera.

A veces me gusta contar sólo lo bueno. Aquello en lo que me ha ido bien. Hablo de las victorias, no de las derrotas. De mis éxitos, no de mis fracasos. Oculto la cara fea de mi día, de mi vida. Como si pudiera tapar la fealdad para que sólo se viera la belleza.

En ocasiones no cuento mucho. Siento que callo y oculto parte de mi vida. No lo necesito, me digo. Hay tanta soledad en el mundo que hoy toco

Tantas personas que viven solas. No tienen a nadie a quien contarle su día cuando llegan cansadas a casa. No pueden compartir sus alegrías. Ni hacer sus tristezas más llevaderas.

Yo también necesito contar lo que me ha pasado. Pero no siempre alguien me escucha. No encuentro un corazón atento. Una mirada cómplice. Y entonces, en lugar de contar, callo.

Y me digo que no pasa nada. Que es normal. Puedo estar solo rodeado de muchas personas. Eso no importa. Mi soledad la llevo dentro.

Necesito comunicarme. Necesito aprender a escuchar al que se comunica. Al que quiere romper la barrera de su aislamiento.

Así es Jesús, Él escucha. Así estoy llamado a ser yo. Comenta el padre José Kentenich: “Ausculta atentamente el tiempo, escucha los lamentos de tanta gente que se debate en la soledad y el aislamiento; tanta gente que a pesar del bienestar material, a pesar de compartir una mesa, nunca alcanza la paz interior, no logra la comunión con el prójimo, no logra elevarse junto con su prójimo a Dios[1].

Hay tanta gente sola a mi alrededor… Yo mismo estoy solo. Necesito comunicarme. Contar lo que me sucede.

Los discípulos lo harían entre ellos en primer lugar. Luego, al atardecer, le cuentan a Jesús. ¿Le cuento yo a alguien mi vida, lo que me sucede? ¿Se lo cuento también a Dios?

El empobrecimiento de mi vida de oración me ahoga. No soy capaz de contarle a Dios lo que me sucede. No le abro mi alma para que entre. Me guardo todo con pudor, con miedo.

En mi vida tengo fracasos. Muchas veces son pequeñas torpezas. Caídas y derrotas. Quise llegar a las alturas y me quedé caminando por el valle. Quise vencer todas las tentaciones y me dejé seducir por ellas.

No me gusta mirar mucho tiempo lo que he hecho mal. En parte lo hago para sobrevivir, o para vivir con más entusiasmo.

No me hace bien quedarme llorando eternamente ante la leche derramada. Decido seguir adelante y paso la página. Es bueno.

Pero también es necesario llorar por la pérdida. Aceptar la derrota. Mirar cara a cara aquello que me ha salido mal. Quiero ser capaz de aprender de lo que he perdido.

Comenta Enrique Rojas:La derrota es lo que te hace crecer como persona, si sabes aprender las lecciones que te da. La derrota enseña lo que el éxito oculta. Es la lucidez del perdedor, la nitidez de captar lo que la vida nos da cuando pasa delante de nosotros”.

Así quiero mirar mi día, mis caídas y tentaciones. Así quiero hacer frente a lo que no controlo. Miro agradecido lo que he logrado y aquello en lo que he fracasado. No importa. Me sirve para mirar hacia delante. Para seguir luchando.

Salí enviado a la misión por Jesús. Regreso agradecido por haber sido fiel en la lucha. No vuelvo para gloriarme de mis victorias, porque es Jesús el que hace los milagros.

Vuelvo feliz porque he podido ser fiel a su envío. Y Jesús me espera sonriendo al final del día. Soy un servidor fiel, sólo eso.

No importa lo que haya hecho bien. No es tan relevante lo que no me ha resultado. Mis precipitaciones, mis perezas y egoísmos, mis miedos y bloqueos. No importa.

Jesús va conmigo en medio de esa lucha diaria. Me envía para que cambie el mundo. Y a cambio me da un corazón nuevo. Un corazón limpio para no desesperarme. Para no dejar de luchar cuando vea que nada me va tan bien.

Me dice que puedo hacerlo, que confíe. Y yo le creo. En mis horas de juventud pensé que era un sueño imposible, pero real.

Hoy sigo pensando que es imposible, pero he visto cómo cambia la vida a su paso. La mía, la de otros. Cuando Jesús las toca.

He visto su poder actuando en mi carne. Su bendición abrirse paso por mis labios. He visto su verdad escondida en mi debilidad.

Me he enamorado de la vida que Jesús ha abierto ante mis ojos. Un ancho mar. Una mirada profunda.

He acariciado la victoria final tantas veces… El sueño de Dios dibujado en mi mirada. Hesoñado. Me he enamorado. Y he dejado a Jesús venir conmigo.

[1]Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus

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