¡Cuánto podemos aprender de un pueblo como el japonés que sabe abrazar aquello que le hace vulnerable!
Asumir la propia vulnerabilidad es una forma de coraje. Es el primer paso para iniciar a desarrollar el arte de la resiliencia. Es la base para no perder nunca las ganas de vivir cuando todo parece perdido. No cabe duda que una dimensión espiritual ante cualquier dolor existencial o calamidad extrema es el mejor remedio, no solo para la psique humana, sino sobre todo para encontrar un sentido donde la inteligencia parece no lograrlo.
Desde el terremoto del 2011 y el posterior desastre nuclear en la central de Fukushima. Es fascinante entender cómo se enfrentan al dolor de la pérdida y al impacto de verse desprovistos de la que hasta entonces había sido su vida.
En el 2016 estuve una semana en Japón con ocasión de un congreso internacional de psicología. Tenía verdadero interés por conocer de primera mano una cultura que había estado observando y estudiando durante tiempo en todas sus manifestaciones socioculturales y psicológicas. Un pueblo rico de valores que ha construido su identidad en la lucha contra la adversidad.
Lo que vi con mis ojos correspondía a lo que aparecía como datos de investigación. Un pueblo resiliente, capaz de levantarse de todas sus dificultades sin perder la dignidad. No se trata de idealizar ninguna cultura en particular, más bien de aprender todo aquello que los demás nos pueden enseñar gracias a los buenos ejemplos, que ciertamente encontramos en todas las culturas.
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En estos días pasados hemos visto de nuevo la presencia de terremotos e inundaciones en el territorio japonés. Para culturas menos resilientes sería algo parecido al fin del mundo. Lo es también para los japoneses, pero ¿por qué logran reaccionar de este modo tan ejemplar? Veamos dos aspectos concretos:
- Después del desastre del tsunami, la mayoría de los supervivientes que podían valerse por sí mismos, empezaron a ayudarse los unos a los otros siguiendo el lema “Ganbatte kudasai” (“no hay que darse por vencidos”. Los japoneses entienden que para afrontar una crisis o un momento de gran adversidad, hay que aceptar las propias circunstancias y ser de utilidad tanto para uno mismo como para los demás.
- Otro aspecto interesante es su concepto de calma y paciencia. Los japoneses saben que todo tiene sus tiempos. Nadie puede recuperarse de un día para otro. La sanación de una mente y un corazón lleva tiempo, a veces mucho tiempo, al igual que lleva tiempo volver a levantar un pueblo, una ciudad y un país entero.
Es necesario por tanto ser pacientes y prudentes ante las adversidades criticas, sin perder la perseverancia y persistencia. No importa cuantas veces nos haga caer la vida, el infortunio, la misma naturaleza y los desastres que a veces conlleva: lo importante es nunca rendirse.
Hay culturas que nos enseñan esto, y sin lugar a dudas, cada cultura encuentra en si misma los recursos para seguir siempre adelante pese a los altercados de la vida. A fin de cuentas estamos siempre en las manos de la Divina Providencia.