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El sencillo secreto de la felicidad

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Cldratler

Juan José Omella - publicado el 15/07/18

Un precioso relato recogido por el cardenal Omella sobre cuánto nos necesitamos los unos a los otros

He recuperado un cuento precioso sobre la felicidad que quisiera compartir con vosotros. Es la historia de una niña que salió a dar un paseo. En su camino se encontró con una mariposa, prendida entre las zarzas y agitando sus delicadas alas sin conseguir liberarse.

La niña cogió con todo cuidado a la mariposa y la soltó. Ya libre, la mariposa se convirtió en un hada que, agradecida, le dijo a la niña: “Quiero agradecerte tu buena acción. Pídeme el deseo que más quieras; te lo concederé. Dime, ¿qué es lo que más ansías?“.

Abriendo los ojos, sorprendida, la niña dijo: “Quiero ser feliz. Dime cuál es el camino de la felicidad“. El hada le susurró al oído el secreto de la felicidad, y salió volando.

El secreto de la felicidad

Desde ese momento la niña empezó a ser otra; siempre estaba alegre. Nadie en el pueblo era tan feliz como aquella niña.

La gente empezó a interesarse, y curiosa le preguntaba continuamente por qué era tan feliz. Pero la niña evadía siempre la respuesta, diciendo que era un secreto, el secreto del hada.

Así llegó a anciana y seguía siendo la persona más feliz del pueblo; una viejecita realmente feliz; y eso que en su vida, no faltaron las dificultades y contratiempos.

Temerosos de que muriera y se llevara el secreto a la tumba, la gente del pueblo le insistía, más que nunca, en que revelara la fórmula de la felicidad.

Al fin, un día, la viejecita, sonriendo, accedió a descubrirla. Y dijo que lo que contó el hada era muy sencillo; pero que para ella había sido, a lo largo de toda su vida, el secreto de su felicidad.

El hada le había susurrado al oído: “Aunque las personas parezcan autosuficientes… ¡No lo creas! Todos te necesitan“.

La viejecita añadió que siempre había vivido con la seguridad de que todos necesitaban de ella: “me he dado a ellos, y eso me ha hecho feliz”.

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Compartir da alegría

Este cuento nos enseña que para ser feliz no necesitamos grandes logros ni costosas adquisiciones. Este relato nos recuerda cómo nos necesitamos los unos a los otros.

¡Qué importante es hacer el bien y ayudarnos mutuamente! Es bueno y necesario que reconozcamos el don que Dios nos ha dado para compartirlo con los demás.

El tiempo de vacaciones puede ser el momento oportuno para pedir a Dios que nos ayude a descubrir los dones que hemos recibido.

El papa Francisco nos dice: “Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más” (Gaudete et Exsultate, 56).

El amor entre nosotros, la fraternidad entre los miembros de un mismo pueblo, es signo y fuerza de la comunidad cristiana.

El amor de Dios nos supera infinitamente, no puede ser comprado por nosotros con nuestras obras y solo puede ser acogido como un regalo iniciativa de su amor.

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alegriacompartirfelicidadsantidad
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